sábado, 17 de diciembre de 2011

Apertura de la tertulia nº 30 sobre El Nadador de John Cheever. Por Luis Seguí

En las tertulias anteriores habían surgido, respecto a los cuentos que comentamos, algunas dificultades para establecer los límites precisos entre amor, odio y locura. En esta ocasión, con el relato El Nadador, de John Cheever, no parece que tengamos problemas para englobarlo dentro de la locura. Aquí no hay amor ni odio, la locura está presente de forma clara.

La escena con la que se inicia el relato en la casa de los Westerhazy, puede ser una escena imaginaria, o puede ser una escena que ocurrió en algún momento del pasado. En ella está Lucinda, la mujer de Neddy Merrill, el protagonista, en un ambiente que, para quienes tengan alguna idea de la vida de John Cheever, es fácil de localizar en la época en que el autor vivía en esos suburbios de las grandes ciudades americanas, de clase media, con piscinas. Lo que refiere Cheever es, en gran medida, una parte de su experiencia. Respecto a esta primera escena, insisto, se presta a discutir si se trata de una escena imaginaria del protagonista, o si en algún momento pudo haber ocurrido. Yo me inclino por situarme en la segunda opción.

Voy a trazar un recorrido haciendo referencias textuales concretas. El personaje protagonista, Neddy Merrill, se ve él mismo como un sujeto apolíneo. Al respecto, el texto es muy ilustrativo. Cito un párrafo del autor:

Tenía una indefinida y modesta idea de sí mismo como una figura legendaria… Volver a casa siguiendo un camino diferente le producía la sensación de que era un peregrino, un explorador, un hombre que tenía un destino.

Pero en el desarrollo de ese río que quiere construir a través de las piscinas para llegar a su casa, el río Lucinda, se encuentra con que hay una piscina, la de los Welcher, que está vacía. Dice el texto:

La ausencia de este eslabón en su cadena acuática le decepcionó de un modo absurdo y se sintió como el explorador que busca la fuente torrencial y encuentra un arroyo seco

Me da la impresión de que el vacío de la piscina es la metáfora de una cierta fragmentación que se produce en su imaginario, a lo cual sigue un estado confusional del sujeto, y al mismo tiempo de negación. Porque, por una parte, cree recordar que hace tiempo había estado con su mujer en la casa de los Welcher, pero no lo tiene claro. Nos dice John Cheever:

“¿La memoria le estaba fallando, o la había disciplinado tanto en la representación de los hechos ingratos que había deteriorado su propio sentido de la verdad?”Ahí se plantea la cuestión de la confusión y, al mismo tiempo, cuando la señora Halloran, otra vecina, le dice:

Nos dolió muchísimo enterarnos de sus desgracias”, Neddy responde: “¿Mis desgracias? No sé de qué me habla.”

Ahí aparece la negación de lo que Neddy mismo dice que son recuerdos desagradables que se ha disciplinado para no tomarlos en cuenta.

Cuando la vecina hace referencia a la venta de su casa y a sus “pobres niñas”, él no recuerda haber vendido la casa y cree que las niñas siguen allí. No obstante, hay algunos momentos de lucidez en el personaje, por eso da la impresión de que no puede construir un delirio completo que le proteja. En esos momentos de lucidez se plantea:

Estaba perdiendo la memoria y quizá su talento para disimular los hechos dolorosos lo inducían a olvidar que había vendido la casa, que sus hijas estaban en dificultades, y que su amigo había sufrido una enfermedad

Se refiere al amigo Eric Sachs, por cuya piscina también pasa, y al que encuentra convaleciente de una operación en la que las cicatrices hacen que no se distinga el ombligo de Eric. Es una nueva brecha que se abre, además de la de la ausencia en la cadena acuática:

El ombligo había desaparecido, y Neddy se preguntó qué podía hacer a las tres de la madrugada la mano errabunda que ponía aprueba nuestras cualidades amatorias, con un vientre sin ombligo, desprovisto de nexo con el nacimiento. ¿Qué podía hacer con esa brecha en la sucesión?”
Me da la impresión de que en el cuento hay una torsión en la que el personaje entra en una pendiente descendiente. Esa figura apolínea de leyenda, con un destino, empieza a encontrarse con lo real, con lo que va a culminar el cuento. Para mí, esa pendiente empieza a manifestarse, a ponerse en evidencia, con el episodio en el que aparece en la fiesta de una vecina que lo ha invitado muchas veces, pero él ha desechado esas invitaciones. Es ahí cuando un camarero le trata con cierta agresividad y desprecio. Dice Cheever:

El suyo era un mundo donde los camareros representaban el termómetro social, y verse desairado por un barman que trabajaba por horas significaba que había sufrido cierta pérdida de dignidad social

El siguiente paso en esa carrera descendente se produce cuando va a ver a su antigua amante, Shirley Adams, que se sorprende al verlo aparecer allí. Se deja entrever que ha habido una relación entre ellos, pero Merrill padece ahí otro estado confusional, no sabe si fue el mes pasado, el año pasado, etc. Y le dice el protagonista a Shirley:

Estoy nadando a través del condado” Y ella le contesta: “Santo Dios, jamás crecerás. Si viniste a buscar dinero no te daré un centavo más

Lo cual revela ciertas facetas de ese personaje en relación con su pasado, con su amante, con los vecinos cuyas invitaciones desechaba, y que ahora, a sus espaldas, dice que se han arruinado, que lo han perdido todo. Lo cual enlaza con el comentario de la señora Halloran cuando se refería a las desgracias de Neddy, de las cuales no se quiere enterar.

En relación con su antigua amante extraigo la siguiente cita:

El amor —en realidad, el combate sexual— era el supremo elixir, el gran anestésico, la píldora de vivo color que renovaría la primavera de su andar, la alegría de la vida en su corazón

Expectativa que sabemos que se frustra por completo, porque su amante está acompañada y, además, lo trata con un desprecio que se refleja en las citas que he traído.

Luego de ese nuevo desencuentro, esta vez amoroso, se acentúa la decadencia del sujeto porque, por primera vez en su vida, no se zambulle en la siguiente piscina, sino que se desliza por los peldaños hasta llegar al agua. Por primera vez en su vida, al llegar al borde de la piscina, no salta, sino que necesita recurrir a la escalera. Ese sujeto apolíneo que se veía a sí mismo como tal, se convierte en un sujeto ya desprovisto de los atributos que se le adjudicarían en su antigua condición.

Y finalmente, cuando se acerca a la que era su casa, el lugar está oscuro. Fantasea, fabula con que es posible que se su familia se hubiese acostado, pero cuando se dirige al garaje, comprueba que la puerta no se abre y está oxidada, lo que da cuenta de que la casa lleva un tiempo vacía. Y la casa, además, estaba cerrada con llave. En un primer momento echa la culpa a la criada, a la asistenta, a la “estúpida cocinera”, dice. Pero en el momento final concluye:

Hasta que recordó que hacía un tiempo que no empleaba ni criada ni cocinera… Vio que el lugar estaba vacío

Es la última frase del cuento. Neddy Merrill se encuentra con su vacío, con la Tyché, con su real. Se resquebraja paso a paso su capacidad para negar la realidad, en primer lugar con la piscina vacía de los Welcher, esa ausencia de un eslabón en la cadena acuática, y la referencia de Shirley Adams cuando le plantea el “nunca vas a crecer”, lo cual me hace remitir al líquido amniótico. Es lo que para él podía significar el agua de las piscinas por las que pensaba trazar el camino hacia esa casa, con esa mujer que ya no existe, con esas hijas que no están.

Luis Seguí

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