viernes, 16 de diciembre de 2011

Repetición, delirio y cordura en El Nadador de John Cheever. Comentario de Miguel Alonso

¿Son las obstinaciones humanas asequibles al sentido común, como dice el relato? ¿Qué hay que entender por sentido común, la banalidad de unos adictos y felices cuerdos que beben demasiado? ¿Por qué una obstinación cobra tanta gravedad que impide la detención o la vuelta atrás? ¿Qué objeto encierra esa obstinación delirante para poder cobrar una fuerza inexorable?

Estamos ante un relato, El nadador, verdaderamente conmovedor, altamente simbólico, y en el que podemos resaltar, sobre todo, cuatro elementos: Las citas continuas con el desencuentro; la objeción radical que se hace a la misma realidad; la desactivación de un valor convencional como es la cordura; y por último, la repetición.

Esta última, como símbolo de los conflictos interiores de Neddy y de la clase social a la que un día perteneció y que hoy representan sus vecinos, sería el elemento transversal, tanto porque está presente a lo largo de todo el texto como por ser el articulador de los otros elementos.

¿Dónde encontramos la repetición?: En las sucesivas piscinas; en el “Bebí demasiado”; y en el nombre de “Lucinda”

Todas estas repeticiones podemos pensarlas con la misma estructura, se insiste sobre algo que se resiste a aparecer. Vemos claramente que en cada repetición se renueva un desencuentro: En cada piscina ese desencuentro se va a ir conformando en forma creciente. El “bebí demasiado” es la resaca que anticipa siempre el malestar de un inmediato desencuentro. Y el nombre de Lucinda, en cada repetición, se hace más evanescente. A todas estas repeticiones podríamos añadir la del tiempo atmosférico, símbolo de un tránsito que es paralelo a las variaciones en el espíritu de Neddy Merril, espíritu que transita desde la bonanza de su delirio, hasta la disolución del mismo en la tormenta más radical de su vacío.

¿Cuáles son las cuestiones que resaltan en el protagonista?

En primer lugar, la forma del delirio: una cierta megalomanía. La idea de sí mismo como una figura legendaria que imita a los exploradores y a los nadadores que cruzan los canales. Delirio megalómano con el que se sostiene en el mundo y ante los otros que, sin embargo, en lugar de acogerlo, no hacen más que recordarle, insistentemente, la verdad –otra de las repeticiones del texto— lo que hay detrás de esa megalomanía, un vacío al que le ayudan a dirigirse de forma inexorable.

En segundo lugar, el nombre de Lucinda se repite continuamente, hasta quince veces a lo largo del texto, incluso para dar nombre al río. De esta manera, simbólicamente, Neddy Merrill, en el acto de arrojarse a cada piscina, en realidad renueva el encuentro con su mujer, encuentro que, cada vez, se va significando como desencuentro, como evanescencia.

Al respecto, llama la atención esa piscina central, vacía e inquietante. La falta de agua no es sólo la decisión de unos dueños que venden la casa, es la falta de Lucinda. Un relato corto, tan lleno de simbolismos como es El nadador, no puede rellenarse con vacíos banales. Esa piscina nos convoca, se nos da a leer como un vacío que impide el encuentro de Neddy con su mujer, y que le impide arrojarse a sus brazos, como es su costumbre. Todo un presentimiento. Es el sinsentido instalado en el mismo centro del relato. A partir de este vacío Lucinda va adquiriendo un tono sombrío. Llega el momento en que la megalomanía de Neddy ya no puede atrapar a su mujer, y acaba sintiéndose desamparado como un niño, ya no se lanza a la piscina, ya no se lanza a los brazos de su mujer y sólo puede nadar como ese niño que chapotea en el agua. Puro desamparo.

A Lucinda, finalmente, sólo le queda tomar el carácter de vacío real, lo cual sucede en la escena final.

En esta escena final aparece una cuestión importante. El relato nos introduce, como lectores, en las mismas leyes que rigen su acción. Cuando acabamos de leer el texto quedamos petrificados ante nuestra imposibilidad para establecer el dibujo del mundo de Neddy Merrill. La verdad tiene estructura de ficción, decía Jacques Lacan, por eso el mismo lector se vuelve loco en el sentido de que aparece ante él una especie de ombligo, de agujero negro que no le permite establecer una realidad concreta. Y esa es la misma locura para nosotros y para Neddy Merrill.

¿Por qué no podemos establecer una realidad concreta? Me surgen las siguientes preguntas: ¿Existe Lucinda? ¿Podemos fijar espacios y tiempos en el relato? ¿Estaba realmente Lucinda en ese comienzo del que parte Neddy Merrill? ¿Podemos fijar ese mismo comienzo como verdadero? ¿Es verano, es otoño? Las constelaciones de Andrómeda, Cefo y Casiopea, las carquesias y fragancias otoñales, así como las hojas que caen o la leña que se quema, parecen indicarnos que estamos en un tiempo otoñal, sin embargo, Neddy Merrill parece sentir que su tiempo es el verano de los días largos y calurosos.

El encuentro final con su casa vacía resignifica todo el relato, no permitiéndonos responder con seguridad a esas preguntas, o al menos no pudiendo construir más que especulaciones. Tiempo, espacio y realidad son ambigüedades que no permiten escribir ninguna realidad concreta. Salvo ligeros retazos e insinuaciones, toda realidad se sustrae y quedamos a merced de los mismos sentimientos que van, poco a poco, acosando a Merrill. Es la ficción situando una verdad, el vacío de la locura, tanto en el protagonista como en nosotros mismos

Por lo tanto, en toda esa precariedad de lo humano encarnada por Neddy Merrill, en su imposibilidad de volver atrás, hay más relación con la verdad que en toda la cordura de los juegos sociales, festivos, y en toda la repetición de “Bebí demasiado”. Si Neddy Merrill remonta un río delirante de amor, los felices cuerdos que son sus vecinos remontan ríos delirantes de banalidad que ni siquiera rozan la verdad. Comparamos así dos delirios, el de la locura y el de la cordura. ¿No es delirio el de esos adictos cuerdos? Quizá ellos no lo sepan, pero no hacen otra cosa que sostenerse, así mismo, en la repetición de otro goce sin objeto, eso sí, inscrito convencionalmente como cordura, algo más apto para lo social que la locura de Neddy.

La enseñanza que se podría sacar de este relato podría ser la siguiente: Si la cordura repite un delirio que cree comprender el mundo, pero que en realidad no tiene objeto, la locura de Neddy, por el contrario, no comprende, pero expresa el mismo mundo. Nos dice que el trayecto incesante hacia la nada no se sostiene más que en cualquier delirio repetitivo, en su caso un delirio amoroso, en el otro caso un delirio de banalidad llamado cordura.

Por eso el relato de John Cheever me parece un buen ejemplo para comprender la crueldad, o bien la ignorancia, de aquellos que desprecian el delirio y quieren introducir al loco en el sentido común, en la cordura. De esa manera, y en nombre de lo que llaman verdad, procuran disolver el delirio mostrando al “loco” su engaño. En El nadador, todos parecen confabulados para hacerle ver la realidad que el delirio oculta, lo cual sólo puede conducir a Neddy al mayor de los desastres. Se podría pensar, incluso, por las consecuencias que acabamos de ver, que el delirio puede ser el mejor de los sentidos, la mejor defensa para sostener a un sujeto en la vida, mientras que el sentido común llamado cordura, y que dice hablar en nombre de la verdad, puede llegar a ser lo peor, aquello que acaba destruyendo una vida.


Miguel Ángel Alonso

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