lunes, 16 de enero de 2012

La falta de simetría entre hombre y mujer en El rastro de tu sangre en la nieve. Comentario de Gustavo Dessal

No hay simetría entre los personajes. No es la historia de dos, porque el protagonista es él, efectivamente, y ella (como lo ha señalado Miguel Ángel) es una alegoría. Me gusta esa manera de expresarlo. Es la historia de lo que puede producir en un hombre el encuentro con una mujer. Podría haber sido al revés, una historia sobre lo que le pasa a una mujer cuando se encuentra con un hombre. Pero aquí el acento está puesto en él. Mi lectura, voy a ser muy sintético, es que el punto central, el punto de arranque de la historia (más allá de todo el contexto y los datos biográficos de los personajes, que nos sitúan en la atmósfera del cuento) es el encuentro, ese asalto en las casetas de la playa. Esa escena es decisiva, es la que echa a rodar la trama. Ella está completamente desnuda y él exhibe su pene en erección. Y la respuesta de ella le cambia a él definitivamente la vida. Impávida, lo pone contra las cuerdas de la impotencia. Tendrá que rendir mejor que un negro, y eso no es fácil de lograr, ni siquiera para ese niño de papá acostumbrado a creerse que la tiene más grande que nadie. Ella se pincha el dedo, pero primero él se rompe la mano. Convaleciente de esa herida, el lobo feroz se transforma en un cordero postrado. ¿Qué es lo que vendrá después? La demostración de que solamente a través del amor puede el varón tener alguna clase de contacto con la carencia, y en definitiva con la realidad fatal de la existencia, que nos confronta a una falta que ningún bien podrá borrar. Para el hombre, la mujer es algo absolutamente indisociable de la sangre. Ni siquiera es necesario recurrir a los cuentos de hadas para saberlo. Cualquier hombre a través de sus recuerdos, sus sueños, sus síntomas, pone claramente de manifiesto que la mujer y la sangre van radicalmente unida. La sangre menstrual ha dado origen a un tabú, que todavía se mantiene en algunas regiones del mundo. La mujer, por su sangre, representa lo impuro, lo peligroso, aquello que hay que apartar y mantener bajo vigilancia. Hay que leer al respecto el texto de Freud "El tabú de la virginidad", que sirve para entender el temor que la mujer inspira al hombre.

Billy va a ser iniciado en una experiencia nueva, y es divertido cómo García Márquez se vale de los rasgos que caracterizan a esa sociedad tan miserable que es la francesa, para hacerle sufrir a su personaje toda clase de rebajamientos. Él, acostumbrado a que sus deseos se satisfagan con un chasquido de dedos, se ve obligado a tragarse el orgullo y agachar la cabeza. Todo se vuelve pura pérdida, y la pérdida de la mujer amada no es otra cosa que el paradigma de aquello que no perdona: la castración. Del lado de la mujer, la hemorragia tiene una inmensa potencia evocadora. Es, además de lo que se ha dicho, el símbolo de que en la mujer hay algo incontenible, algo que desborda toda medida, algo que rebasa cualquier límite. La sangre no cesa, no cesa de fluir, y esa idea ya la encontramos en el Nuevo Testamento: la parábola de la menorreica, esa mujer que no paraba de sangrar y cuyo flujo solo se detiene con la mano de Jesús.
Gustavo Dessal

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