jueves, 16 de febrero de 2012

Un tratamiento sutil del odio; comentario del cuento "Bienvenido, Bob" de Onetti a cargo de Alberto Estévez

Bienvenidos todos, Bienvenido, Bob también hoy a nuestra tertulia. Un relato que nos presentó a Gustavo y a mí hace no mucho Miguel Ángel para trabajar el epígrafe del odio que tantos quebraderos nos está dando, no sé si acabaremos odiando al propio odio como tercera columna vertebral de nuestro espacio durante este curso. 

Quiero confesarles además que no me ha resultado fácil hincarle el diente. Desde el primer momento consiguió mi entusiasmo, me parecía tan sutil la manera en que este sentimiento estaba tratado que no dudé, adelante con él le dije. Pero cuando en un segundo momento he ido a trincharlo para ofrecerles algo a ustedes que llevarse a la boca me encontré en problemas. Todo esto aliñado con los comentarios de Miguel cada vez que hemos coincidido: “¡qué cuento, Alberto, qué cantidad de cosas tiene! ¡Es extraordinario!” Y yo sí sí sí, pero sumido en la página en blanco, y en dificultades. 

La primera diría que tiene que ver con la escritura de Onetti; es un cuento de lectura compleja, la sensación es que no se puede saltar una frase, un palabra, una coma, porque algo se extravió ahí. Está redactado de tal manera que uno anda siempre con la sensación de que perderá pie y dejará de entender algo fundamental a nada que alguno de los sentidos de uno se despiste, porque ese es el talante del cuento de hoy, la elección de cada palabra responde a un objetivo milimetrado. 

En segundo lugar, hay otro aspecto que en principio me pareció contradictorio, en relación con la narración, al menos impactante, eso seguro. Saben ustedes que el relato está elegido para ilustrar el tema del odio, y debemos suponer que si está narrado en primera persona, debiéramos obtener los signos de la presencia de dicho sentimiento. Pues bien, todo lo contrario; el sumun de este aspecto que trato de mostrarles en el relato viene representado en el acontecer de sus machacantes ruegos para que Inés no abandone a nuestro protagonista; es de una frialdad tal que no sé si la hipótesis del paso del tiempo es suficiente para entender cómo esa narración ha podido atemperarse de tal modo hasta convertirse casi en una crónica impersonal. 

Antes de entrar a exponerles más dificultades, es al fin y a la postre la manera que yo encuentro para entender los textos, presentarles mis dificultades en la lectura para que entre todos pensemos, quiero aclarar que me he limitado a tomar el odio del narrador, es el que me parece evidente, y al que el título de la obra me remite. Puede objetarse si no se trataría de dos odios enfrentados, posiblemente, pero el sentimiento de Bob hacia él no me parece tan incuestionable, creo que deberíamos de matizarlo, prefiero dejarlo para el debate y recoger lo que piensan al respecto. 

Es evidente, esto ya lo hemos repetido, que el odio es una pasión. Pero por eso mismo, ¿qué tipo de odio es éste que nos presenta Onetti? ¿Cómo es posible que de un odio nazca una amistad? Más aún; una amistad que el protagonista espera que no termine ya nunca. ¿Qué le reporta esa pasión que a toda costa quiere mantener dentro de él? Podríamos añadir, que no quiere airear, que no quiere que circule por la red del intercambio dialéctico con el otro, que disfruta guardando para sí y que produce un placer al que no va a renunciar. Casi algo del orden autoerótico, algo que se satisface en uno mismo sin necesidad de introducir al otro como medio de obtención de placer, quizá solo otro en calidad de presencia, como una imagen funcionando a la manera de un estímulo, pero nada más. Onetti es un magnífico conocedor de la naturaleza humana, capta la esencia del odio en su descripción de la vivencia del personaje, gozosa y enfurecida, y lo que es más terrible, le hace confesarnos que nada más que eso hace, conservar su odio cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo 

“Nadie amó a mujer alguna…” Es una frase que supone un reconocimiento, pero, ¿qué estatuto tiene? Debemos situarlo bien, porque si pudiéramos decir que algo de lo que ha ocurrido ha supuesto un cambio de posición en la persona de nuestro protagonista, cierta conmoción aunque sólo fuera, algo que hiciese aflojarse las fuertes amarras que lo mantiene anclado a una posición cínica, creo que estaríamos yendo muy allá, seguramente demasiado. 

Esta confesión tiene el valor que va pegado a la propia frase, es decir, que el protagonista puede reconocer que su amor por la destrucción de Bob es superior al que pudo sentir nunca por Inés, seguramente por nadie, pero esto no tiene estatuto de descubrimiento, él ya lo sabe y desde el principio; lo que sabe es que su amor por Inés no es puro, es consecuencia de la necesidad, por tanto es algo necesario, lo que es lo mismo que cuestionar absolutamente la naturaleza amorosa del sentimiento que pudiera tener por ella, amor inexistente, y su posición cínica sí que da para que él pueda darse cuenta de esto y confesar. Pero de ahí a pensar que todo esto le mostró algo de sí mismo, de su posición ética, entendiendo ésta como la relación que pudiera mantener con su propio deseo, y que dicho deseo pudiera albergar no algo, sino a alguien, decididamente me inclino por descartarlo. Se lo dice Bob en unas palabras de afilada sabiduría y que lo dejan sin respuesta: “Usted es egoísta; es sensual de una sucia manera. Está atado a cosas miserables y son las cosas las que lo arrastran. No va a ninguna parte, no lo desea realmente.” 

Quizá tampoco estamos seguros que lo diga sólo Bob, creo que Onetti da un paso adelante para soltarle esto a su propio personaje. Yo al menos tuve cierta sensación de que el discurso en el que Bob se encara con él y decide desvelar sus cartas le viene un poco grande, no porque un hombre que visita un bar a diario no pueda hacerlo, un hombre de refinados gustos musicales además, posee algunas inquietudes, pero esta manera que tiene de enfrentarlo es demoledora, y aunque el protagonista no parece acusar el golpe, recuerden su alma cínica, motor que le permite mantener a duras penas su semblante, no hay duda, la ofensiva ha llegado hasta el núcleo vital del enemigo. 

Cómo podemos interpretar todo lo que se desarrolla después, ¿sería posible hablar en términos de cierta compensación? Cuando pasamos del brillante Bob, a la miseria que representa Roberto, la constatación de ésta por parte del protagonista, ¿tiene la suficiente fuerza como para obturar el vacío de una pérdida, la pérdida de Inés? Me mataste en el corazón de tu hermana pero me consuelo con tu degradación infinita, contando los cadáveres de tus ambiciones, y observando tus sueños pisoteados. 

Bueno, eso es el odio verdaderamente, así lo entiendo, un sentimiento acéfalo si puede decirse, con una potencia imaginaria que tan certeramente recrea este relato en la multitud de imágenes y de miradas que lo acompañan, y que no repara en las consecuencias que la vivencia de dicho sentimiento tiene para uno mismo, eso cae fuera del radio de acción del odio, lo importante, y lo único diría yo, para el que padece este sentimiento es conseguir el perjuicio del semejante, y casi podríamos decir que a cualquier precio, incluso si ello supone en alguna medida la propia desgracia personal. 

Lo que cabría plantearse es si el personaje narrador de esta historia tiene alguna otra posibilidad que odiar. ¿Piensan ustedes que un personaje de estas características tiene acceso al amor, un tipo así puede amar? El amor es un tratamiento beneficioso para soportar la vida, y sus velos tienen una reconocida eficacia, pero no todo el mundo puede amar. No se trata de que pueda elegir ahora, la elección que importa ya quedó hecha mucho antes, y ha dejado este saldo en el sujeto. Onetti ridiculiza el humano uso del odio como quitapenas, es decir, el odio como tratamiento de un vacío provocado por una herida sangrante. Lo que cuestiona es que esa inyección de pasión odiosa en ese agujero consiga rellenar nada, obturar en absoluto, más bien lo que produce es una infección capaz de pudrir una vida hasta sus últimos días. Provoca un retorno mortífero de consecuencias devastadoras, un retorno capaz de destruir sin medida. 

Que me perdone el difunto almirante, pero esa historia de más vale honra sin barcos que barcos sin honra bien se la podía haber ahorrado; particularmente, nunca la he sentido muy heroica, y desde luego que tiendo a pensarla justo en el sentido contrario. Se podrá apelar al valor, al coraje, a la dignidad, o incluso tristemente al carácter español, pero las tripulaciones que padecieron aquel desastre de dimensiones históricas le hubieran agradecido profundamente al ilustre Méndez Núñez otro atrevimiento que no ése, más bien el de pasar por la vergüenza ante su rey y una cabal retirada a tiempo, comiéndose el orgullo, para tratar de salir de esa espiral infernal y sin límite, y devolverle a su majestad el sinsentido, hubiera evitado mandar a la muerte a tantos hombres en tan funesta empresa. 

Alberto Estévez

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