viernes, 23 de marzo de 2012

Coñac y rosas para Edgar Allan Poe. Un artículo de Luis Darío Salamone

“Caí en la locura, pasando por largas etapas de cordura espantosa. 
Durante esos arranques de inconsciencia absoluta me di a beber, 
y sólo sabe Dios cuánto y con qué frecuencia.”
Carta a George Eveleth. E. A. Poe
1- Un cuento post mortem.
Un recorte de diario amarillento, guardado en una biografía escrita por Walter Lennig, me obsequia este título. Fechada el 21 de Enero de 1983 la nota periodística narra un extraño ritual. Desde hace años, todos los 19 de Enero, una figura envuelta en una capa de negra y portando un bastón de mango dorado, irrumpe en las frías noches de invierno, atravesando las tumbas del cementerio de Westminster en Baltimore, para depositar tres rosas y una botella de coñac en la tumba de Edgar Allan Poe. Esto sucede desde hace años, pero en aquella oportunidad Jeff Jerome, cuidador de la casa de Poe, le pidió a un grupo de admiradores que lo ayudaran a poner sitio al lugar donde el escritor se encuentra enterrado.
Para aumentar el misterio nadie sabe el porqué de la elección del coñac y las rosas, ya que el coñac no aparece jamás mencionado en su obra y las rosas algo más de un par de docenas de veces. Si por lo menos se tratara de amontillado…
El misterioso visitante no faltó a la cita, el grupo instalado en las catacumbas, a la una y media de la madrugada, vio emerger la luz de una linterna entre las columnas y las lápidas. Luego divisaron a un hombre corriendo con la capa flotando a su alrededor, llevando un bastón similar al que se encontró junto al cuerpo de Poe, cuando fue hallado medio muerto en un pórtico de Lombard Street. Nadie se atrevió a detenerlo ni a fotografiarlo, después de todo se trataba de amantes del misterio, rindiendo homenaje a su más querido maestro.

2-  Apurar el trago amargo.
Edgar Allan Poe nació en Boston, el 19 de Enero de 1809. Sus padres eran actores. Su padre, que cuando estaba de mal humor, bebía, desapareció en el verano de 1810 abandonando a su mujer y tres hijos. El 11 de octubre de 1811 su madre actuó por última vez en un melodrama olvidado y luego cayó abatida por la enfermedad. Murió en diciembre cuando Poe no tenía aun tres años. John Allan, un comerciante de Richmond, fue su padre adoptivo. Dejaremos de lado datos biográficos que pudieron contribuir a ensombrecer la vida del escritor, ya que lo que nos interesa es aquello que puede enseñarnos con respecto a su relación con el alcohol. Sin embargo, no podemos soslayar la relación con Virginia Clemm, su prima, con quien contrajo matrimonio cuando esta tenía trece años.  
Juan José Millas afirma que Poe entabla una relación con el alcohol, al igual que con el juego, en la universidad, cuando tenía diecisiete años. En el juego siempre perdía, y las deudas fueron una de las razones de la ruptura con su padre adoptivo. Millas afirma que el alcohol oficiaba de estimulante potenciando en él una locura latente. Poe nos va a plantear exactamente lo contrario. Según los testimonios de sus amigos, los tragos no le proporcionaban placer alguno, incluso hacía un gesto de asco cuando bebía, un solo vaso alcanzaba para excitarlo y no podía parar hasta apurar la última gota. Poe aseguraría amargamente que en la causa no estaba la bebida, sino la locura. Con esta sencilla frase Poe hace saber aquello que biógrafos y psicólogos no han logrado escuchar, pese a su lucidez de sus manifestaciones. El alcohol para Poe era una forma de escaparle a la locura, de procurar borrar las sombras que iba encontrando a cada paso, siempre con la muerte al asecho; era una forma de apurar un trago amargo. También contaba con su literatura, pero esta no le bastaba. 
Por 1835 le escribe una carta a Kennedy, su protector, en la cual le dice: “… desgraciadamente siempre me sucede algo, como si nada pudiera producirme alegría ni me estuviera permitida la menor satisfacción. Mi estado actual es lamentable. Sufro una depresión psíquica como nunca hasta ahora. Inútilmente he intentado luchar contra esta molesta melancolía… Me va muy mal y no sé por qué.”
Es por esa época, en la que consigue trabajos como escritor y gana notoriedad como crítico -lo cual le permite acceder a algunas revistas-, que comienza a consumir láudano, un extracto alcohólico de opio, como un intento de aplacar sus tormentos. Otros escritores, como De Quincey y Coleridge, lo consumían. Escribe bajo sus efectos algunos poemas y cuentos como Berenice.  
Marie Bonaparte ha escrito diversos trabajos sobre Poe; en una introducción que Sigmund Freud escribe cuando fueron publicados, dice que tiene su encanto estudiar las leyes de la vida anímica en hombres relevantes; sin embargo, siempre había criticado las interpretaciones delirantes que sus discípulos realizaban de los grandes creadores. Con Poe ha resultado difícil no caer en la tentación de hacerlo, tal vez no sea menos divagante que las intervenciones que hacían en la clínica a diario.
No solo la historia con la que empezamos este relato se asemeja a un cuento de Poe, también su vida. Basta ver los paralelismos entre ésta y sus cuentos y poemas. “Eleonora” es un cuento en el cual se narra cómo la muerte le arrebata a un hombre su joven y bella mujer; se trataba, también en el cuento, de una prima. Luego de aparecida esta historia, su mujer Virginia, que tenía por entonces diecinueve años, sufrió su primer vómito de sangre, manifestación de un proceso tuberculoso que duraría cinco años hasta su muerte. Su padre, su madre y su hermano murieron por la tuberculosis. Su relación con el alcohol se complicó. En una carta a George Eveleth le explicará el tremendo dolor que lo ha llevado a una vida tan “deplorable y extraña”; comenta que hacía seis años a su amada mujer se le reventó un vaso sanguíneo mientras cantaba. Se pensó que moriría y se despidió de ella, se repuso y alimentó sus esperanzas, hasta que se le reventó otro vaso sanguíneo. La historia se repitió una y otra vez. Sentía que se volvía loco y en medio del tormento bebió. Afirma: “…mis enemigos atribuyen la locura a la bebida y no la bebida a la locura”.    

3- La función homicida.
La convalecencia de Virginia sumió a Poe en una triste desesperación; después de su muerte sufrió una crisis nerviosa que lo mantuvo por semanas en la cama. Luego, el desmoronamiento. Cada proyecto fracasaba tras los excesos de alcohol: la fundación de una revista, otro posible matrimonio. Este último intento de rearmar su vida amorosa con Sara Helen Whitman, terminó la noche anterior al enlace por una discusión que mantuvieron luego que Poe se embriagara; tras este episodio, intenta suicidarse con opio. Llegó incluso a estar preso por una borrachera. Luego, episodios de paranoia y alucinaciones que han sido diagnosticados como delirium tremens. Seguía escribiendo febrilmente y tuvo la oportunidad de volver a comprometerse con un viejo amor de la juventud. Pero el final estaba cercano, lo encontrarían en una taberna de mala reputación, llegaría inconsciente al hospital y, luego de temblores y delirios, de suplicar que le metieran una bala en la cabeza para dejar de seguir viendo su propia degradación, expiraría.
Sin dudas fue Charles Baudelaire uno de los responsables de su fama en Europa, traduciendo una gran cantidad de sus relatos que se publicarían en dos tomos. Lo mismo haría Julio Cortazar en nuestra lengua. Baudelaire habló de un suicido intelectual preparado desde hacía mucho tiempo y le dio otra vuelta de tuerca a la función que el vino tenía: "una función homicida, como si tuviese dentro de él algo que matar". Esa función homicida es un nombre de lo que Freud denominó pulsión de muerte. En última instancia, se trata funda­mentalmente de ese imposible de sopor­tar, el más radical, aquel al que el psicoaná­li­sis le brinda un trata­mien­to inédito.

Luis Darío Salamone

Bibliografía:
Ackroyd, Meter. Poe. Una vida truncada. Edhasa. Barcelona, 2009.
Lennig, Walter. E. A. Poe. Salvat.  Barcelona, 1986.
Millas, Juan José. Introducción y apéndice a El escarabajo de oro y otros cuentos. Hyspamérica. Madrid, 1982.
Poe, Edgar Allan. Poesías completas. Claridad. Buenos Aires, 2004.
Poe, Edgar Allan. Obras completas. 2 tomos. Aguilar. España, 2007.

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