martes, 13 de marzo de 2012

La lógica de la segregación en Una rosa para Emily. Comentario de Graciela Kasanetz

Cuando leí el cuento, evocaba la multiplicidad de esas muñecas rusas que entran una dentro de la otra. En este sentido, tomo el relato por el lado de social y por el lado del tradicional mundo sureño.

El mundo que Faulkner plantea es el de la segregación y su lógica. Una lógica que precisa la excepción, algo que queda por fuera de la ley, para poder constituir el “nosotros”. A mi criterio, Emily cumple esa función. Ella no es “el otro” del pueblo, sino que es la que amalgama su identidad. Es la excepción de ese pueblo, forma parte de él como excepción. En cambio, Homer es “lo otro”, no forma parte del pueblo y, en ese sentido, debe ser expulsado.

Y lo que llama mucho la atención es su relación con el pueblo. Por un lado, la colaboración necesaria de todo el pueblo para el asesinato de Homer y la posterior ocultación del cadáver. Ella hace alarde de la compra del veneno. Y después, cuando el pueblo tiene cierta percepción de un olor extraño, y a sabiendas de que no usó el veneno para matarse, nadie cuestiona nada. Por otro lado, cuando Emily no hace el duelo por su padre, el pueblo también es un colaborador necesario para esa locura.

Es decir, de alguna manera, Emily cumple una función a la que se ve obligada por el pueblo. La instituyen a ella, después de la muerte del padre, como heredera de la excepcionalidad.

Y un detalle. Hay un personaje, el sirviente que, precisamente, es el testigo de todo lo que pasaba dentro de esa casa. Es lo que me hace pensar que este relato, que parece la historia de Emily, en realidad está contando otras historias. Por eso hablaba de las muñecas rusas. Me parece que hay una historia dentro de otra, la de Emily como persona y personaje, pero también están las historias en las que podemos ver cómo funcionan los personajes diferentes del relato.

En el mundo de la segregación, el sirviente también forma parte de ese “los otros” necesario, como excepcionalidad, al nosotros del pueblo blanco. Es decir, el sirviente también es cómplice, y hace a la amalgama de esta sociedad. En este sentido, cuando ella muere, nadie lo interroga. Y es que él no tiene la palabra. El sirviente forma parte, como excepción no humana, de ese “nosotros” que es el pueblo.

Emily forma parte de una excepción a la que, extrañamente, le toca la humanidad que es el amor. Pero el amor, a la vez, es una servidumbre. Y ella se erige, con el beneplácito de todos, en ama incluso del amor. Es decir, el padre la abandona porque muere, ella decide cuándo el amante va a morir. Así se hace ama de la muerte del amante.

Creo que es la fascinación del pueblo por este personaje, lo que le permite esa potestad sobre las leyes humanas y sobre las leyes divinas. Porque es sobre la vida y sobre la muerte que ella se hace ama. Emily, pienso, es el orgullo del pueblo. Por eso la sostienen. Eso mismo es su propia desgracia, porque la sostienen encerrándola. Es ama de todo menos del lugar que ocupa en esa sociedad.
Graciela Kasanetz

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