lunes, 16 de julio de 2012

Me pregunto. Comentario de Luisa Corbacho sobre la obra literaria de Gustavo Dessal.

      Me pregunto.

      Me pregunto, también,  si el hombre que recreó en su libro a ese ser sin voluntades, a ese repetido vector del mal, a ese metal conductor del horror, se interroga, en algún instante, a solas, sobre qué estaba necesitando hacer sentir a los que leemos Clandestinidad.  Si se interroga  - tras saber su logro de ciertas suertes de desasosiego-  sobre el  para qué. Me pregunto si repara en cómo se aligera su carga – por compartida -  haciéndose más leve esa urdimbre de angustia, desapariciones, indefensión, maldad y muertes. Si…

      A veces, lo imagino levemente aliviado, resarcido y tal vez es eso lo que no le perdone al autor de Clandestinidad que, a mí, se me antoja más como Clandestinidades soterradas bajo la normalidad. Sé  también de mi envidia de él, por haber logrado escribir libros, atravesar ese páramo de desgarro y salir, tal vez, indemne.  Sé que preciso también, como de mi envidia, del reverso que es mi gratitud hacia sus relatos, cuando logran hacerme, aquí adentro, preguntas.
      Describir el mal, pintarlo, esculpirlo, nunca hace el bien. Nunca hace bien. La mano del pintor malagueño que expone el vientre reventado de la España de la guerra “civil”, sus torturados trazos blanquinegros a impactos de  grandes dimensiones, bien podría no añadir nada nuevo a lo vivido. Acaso, me parece, lo congela. Acaso incide en desmedirlo.

      Cuando leo los libros de Gustavo Dessal una idea va llegando clara, como en otros autores: sus escritos nunca te rescatarán de nada. Te dejan a la intemperie si al acabar las últimas páginas, esta idea no ha logrado transformarse en otra: esa que te habla de que habrás de ir (como Zenón en Opus Nigrum) a la búsqueda de ti mismo. De mí misma.
      Sus relatos siempre albergan preguntas.  A veces como volutas de humo, a veces, como crisálidas, a veces, a bocajarro, a veces como de cínico, a veces como libélulas.

      Para mí, leer sus escritos es recordar lo que me enseñaban mis primeros maestros en psicoanálisis, cuando todavía mucho campo era orégano y los maestros desgranaban sin prisas ni cuenta de minutos la herencia a quienes estábamos ávidos de recogerla. De digerirla en sorbos  rápidos o lentos, según se pudiera, pero continuados. Es seguir aprendiendo y desaprendiendo  y perdiéndome y, de nuevo, volver a rebuscarme. Es evocar, de algún modo complejo -incluso para mí misma-, el estreno confuso de la primera sesión y señalar vagamente hacia  el horizonte desmentido de las últimas.
      Sus libros… Decidí hace tiempo no leerlos en las noches en que la soledad afina en exceso y   las ausencias  reinan demasiado a sus anchas sin contornos de luna.  Está decidido al amparo del rescate preciso, de un hilo con el que adentrarme por la búsqueda a que invitan, y que no siempre acepto. Y es una decisión que sostengo para con su bienvenido libro nuevo.

      Me reconcilia, sin embargo,  que entre su literatura, a veces del espanto, pueda enternecer hasta las lágrimas cuando leo sobre sus seres cabales, como el dulce marido difunto de La viuda morosa. Hombres cabales amigos de hombres cabales. Hombres que nos quieren amar a las mujeres.  Que nos aman entregados a la sutil tarea de encontrarse con nosotras en lo que  se reconoce que siempre nos falta a algunas de nosotras y algunos de ellos.  Y enredarnos, sudando dichosos, dichosas en la búsqueda incierta, pero alegres de  estar juntos.
Recuerdo el placer de la risa - que me arrancó hasta hacerla carcajada- el diálogo  de toma y daca sin respiro, sensual y certero del marinero y la prostituta de Operación Afrodita.

      La zonas de sus libros, me evocan otros territorios de suspense; de policiacas, territorios de extrañamiento; de realismos sucios y mágicos, de cotidianas hechas con palabras de desayuno, de Poemas que nos muestran “el miedo a la muerte en un puñado de polvo”. Poemas de dicha donde el azar remite a su condición de lo trágico y lo hermoso.  ¿Cómo dejar de celebrar la vida cuando se escribe sobre la banalidad de los hacedores del mal, de malhechores? ¿Cuantas veces hubo el autor de Clandestinidad buscar con urgencia la risa, el silencio, el amor o la amistad para curarse de semejante desgarradura escrita? Y cómo no volver a respirar, cuando a la vuelta de una página te encuentras ante la vastedad que ya contiene solamente el título: Mas- lí -bra -nos -del- bien.
      Ese bien tan corrosivo como el mal y, tal vez aún más imperceptible.

      En sus escritos  reencuentro historias de países que han sufrido, igual que  el mío,  bajo las botas de las leyes sin texto, como  bien viene a exponer Joaquín Caretti,  reencuentro holocaustos saturados de contextos, restos que quedan siempre; restos de restos; reencuentro mi afecto por Argentina; inolvidables amores y también palos de ciega. De ciegos. Reencuentro arqueologías humanas, interrogantes silencios cálidos, personales certidumbres sin principio ni finales definidos, heridas cicatrizantes, explosivos desactivados a tiempo. Reencuentro la tarea ética y estética que construye “la alternativa a lo siniestro”, aquella que me conmueve, que tanta sustancia me dio y me sigue dando  para seguir pensando sobre el proceso creador, en mitad de las vorágines de verdad y las vorágines  de plástico…            
         Sus escritos de sal, inciden sin clemencia en la fisura de lo que te atañe.
         Me  atañe.
         ¿Dispara el hombre escritor, la mujer escritora,
         con las balas que los atraviesan?
         ¿Muere el ser humano de la muerte con que mata?
         Y qué habremos de seguir haciendo con el humo que ha quedado en el aire.

      Dicen que  ha escrito Gustavo Dessal un nuevo libro que lleva por título Demasiado  rojo- temblad, la presentación es “inminente”­­-  que ha vuelto a las andadas. Que insiste, como el deseo.
      Si quieres leerlo aprenderás mucho de los músculos del psicoanálisis, de sus tejidos, desde dentro de los personajes, del fuelle de sus diástoles. Para mí suelen ser buenas lecciones magistrales, de esas que se hacen como sin quererlo; restos de conferencias que saturaron la sala de miradas confluyentes, divergentes, de incómodos silencios, y palabras-nutriente, de memoria de tantos y tantos seres ya de ceniza, que se desgañitaron queriendo propagar, como  ondas expansivas, lo que iban descubriendo  sobre los otros, sobre ellos mismos, sobre ellas mismas.

      Hallarás en sus escritos, al mismo tiempo, seres y situaciones que nos componen y nos descomponen, hombres y mujeres hechos y derechos, hombres y mujeres hechas y deshechas. Al mismo tiempo amor y extranjerías de nosotras mismas, banalidad del mal y lluvia que escampa, siniestridad de la aparente luz y  fértiles oscuridades, ironía y llave de la celda, gusto amargo y carcajada. Suelen sus libros hacer que me reencuentre con mis certierrumbres de musgo y cal.
      Tal vez, como yo, eches siempre de menos la atmósfera, las temperaturas en que se cuecen las hilachas  que reconocen y entretejen las palabras del exilio. Pero eso…

       A veces sus cuentos agridulces son como fuerzas de asalto, se deslizan y agazapan y, de tanto en tanto, logran sitiarte, soterrarte, desenterrarte, situarte. Me pregunto. Me gusta preguntarme sobre sus escritos que parecen requerir –afortunadamente-  alzar el vuelo lejos de las paradas de autobuses, porque parecen reclamar abrirse paso  por entre la tierra y los cascotes de los descampados, como los zarzales que gustan de crecer junto a las rosas. Porque son  como moscas que van y vienen, van y vienen, necesarias, furiosas, aparentemente vulgares, señalando sin descanso, en la vigilia y en los sueños, hacia las zanjas donde se esconde y pervive lo que nombrarse quiere por entre las costuras reventadas de las gentes y las cosas
Luisa Corbacho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

liter-a-tulia.blogspot.ru est formidable. Il ya souvent toutes les informations appropriées au suggestions de mes doigts. Merci et à maintenir en place le travail de qualité supérieure!