martes, 16 de octubre de 2012

El informe de Brodeck. Comentario de Rosa López

Hay muchas cosas que comentar sobre esta extraordinaria y desoladora novela. Estamos ante el horror más absoluto, pero también ante el amor.


Del lado del horror, el libro lo leí en dos etapas, una que llegó a la página 63, ahí lo cerré y no quise saber más. No podía creer lo que contaba. A la vez, sabía que los hechos que contaba podían ser verdad, y no solamente eso, sé que puede haber muchísimo más. Espeluznante la presencia de esa mujer, La Zeilenesseniss, comedora de almas, en la página 63, eligiendo una persona de la fila para ahorcarlo, llevando a cabo todo un ritual en el que esa mujer extremadamente bella, bien oliente, limpia y arreglada, con su bebé en los brazos, daba la orden de que ahorcaran cada día a uno. Ella miraba escrupulosamente todo el proceso de ahorcamiento mientras amamantaba al bebé cantándole qué bello es el mundo, qué bella es la luz del mundo. Como digo, ante tal monstruosidad cerré el libro. Pensaba, cómo se puede llegar a ese refinamiento de lo monstruoso.



Páginas más adelante, concretamente en la 109, vemos cómo muere esa mujer de una manera atroz. Volvió para buscar una medallita que se le había caído al niño, y fue avasallada por las masas de los casi cadáveres que habían sobrevivido y que pasaron por encima de ella. El autor nos dice una cosa que deseo interrogar:


Seguramente no sabía que cuando se abandona el infierno no hay que  volver la vista atrás. Pero en el fondo morir por ignorancia, o morir bajo miles de pisadas de hombre que han recuperado la libertad, viene a ser lo mismo


¿Murió por ignorancia o fue como esos asesinos que tienen que volver a la escena del crimen para de alguna manera hacerse castigar? No lo sé. Es un punto que me interroga.

Estas cuestiones las sitúo del lado de un horror declinado de muchas maneras, aunque considero que ésta figura, la de esta mujer, me superó en mi contexto, en el que puedo soportar las cosas.

Del lado del amor hay escenas de un amor verdadero y cercano. Por ejemplo, el encuentro con la chica, Emélia, que se produce en el teatro. Es el encuentro de dos desamparados que se reconocen inmediatamente en las huellas de su exilio, sin necesidad de contarse nada. Ambos provienen de la misma historia negra y atroz. Es el amor, esa contingencia que hace que dos desamparados se reconozcan, contingencia que, por un instante, hace cesar el dolor de existir. Hay una frase que dice:

Cuando el amor llama a tu puerta, solo queda esa puerta, lo demás desaparece

Otra escena conmovedora es la que nos cuenta en la página 143, cuando Fèdorine le dice a Brodeck que se cuide. En ese momento, él, que es un hombre mucho más alto, la envuelve como si fuera un pajarillo. Esa escena de amor, y la capacidad de amar de esa mujer, resulta conmovedora.


Respecto a Emélia, me parece que lo que muestra esta mujer es que se puede matar de muchas maneras: se puede matar el cuerpo y se puede matar el alma. En ella se produce un asesinato del alma. Nosotros hablamos en términos menos platónicos, hay muerte del sujeto. Y en Emélia, es verdad que queda el cuerpo bellísimo, pero vaciado de sujeto, pues se queda enganchada a cuatro significantes que se repiten como un estribillo. Pero ya no es el sujeto de la palabra. Y me pregunto por el destino de esa chica, para la cual ya no había amor que pudiera restañar la herida. Fédorine la recoge medio muerta, la tiene en los brazos semana tras semana, en un trabajo espectacular. Hay en la novela un detalle, cuando Brodeck guarda las hojas en el cuerpo de Emélia, y nota que ella hace un ligero movimiento. ¿Será capaz de salir de esa muerte subjetiva, o es definitiva?

Quiero ahora detenerme en lo que considero que son dos modalidades de extranjero. Hay una diferencia entre Brodeck y el Anderer, y es que el primero dice que se llama Brodeck una y mil veces. Un nombre que, por otra parte, fue inscrito en una lápida conmemorativa, como si ya estuviera muerto, para, finalmente, borrar la inscripción cuando regresa. Y del lado del Anderer, hay una sabiduría increíble en su periplo. Lo más inquietante de él, además de la imagen estrambótica que tiene, y su ambigüedad, es que no da el nombre. Y cuando se lo piden durante el discurso el alcalde, el Otro no dice nada. Representa muy bien lo innombrable. Dos tipos de Otro, Brodeck, al que se puede nombrar, y el Anderer, innombrable, lo real, al que se le van dando distintos nombres. Quizá podamos confeccionar una lista de los nombres que se le van dando hasta llegar al de “diablo”. Éste último nombre es el más potente. Ninguno hemos concebido bien a Dios, pero al diablo si que le vemos cerca de vez en cuando. Es una diferencia, por eso decimos lo innombrable, lo real.

En el nazismo, por una parte, encontramos la destrucción de los cuerpos en masa. Si no nos fijamos en el uno por uno, es como si nos encontrásemos ante pura chatarra. Pero luego está el discurso que sostiene todo. Una cosa es la Noche de los cristales rotos, y otra cosa es el discurso metódico que utilizó el nazismo y que consistió en el oscurantismo. Dice el autor, en la página 70, que ya no eran individuos, sino una especie.

Hago un pequeño excursus.  Recuerdo a Lázaro Covadlo, un gran escritor y amigo, que estuvo presente en una de las primeras tertulias de Liter-a-tulia. Recomiendo un libro suyo, Conversaciones con el monstruo, donde va coleccionando personas monstruosas. Una de ellas es un tipo que había estado en el campo de concentración,  inmensamente gordo, porque lo único que le había quedado era el hambre infinita. Iba a un sitio y comía cuatro o cinco horas seguidas cada día. Y cada día más gordo. Era pura hambre, a eso se había quedado reducido.

Como decía, nos encontramos con el oscurantismo de siempre: reducirnos a la especie, a lo puramente biológico. En ese sentido, el nazi que aparece en la novela, el único que habla, suelta el apólogo de las mariposas. Esas mariposas tan monas que dejan que otras mariposas se acerquen a ellas, pero luego la supervivencia de la especie domina y deja a las que se acercan como señuelos para que las devoren los pájaros. De eso se trata, de reducir al hombre a la especie.

Hay que denunciar que, parte del discurso científico actual, sigue ese camino. Escuchamos con frecuencia que seguimos siendo como los ñus, que cuando se dice fuego salimos corriendo, o como los monos, o que nuestro ADN es igual que el de las ratas o cerdos, todo ello tratando de reducir lo humano a lo animal. No digo que seamos mejores o perores, simplemente quiero decir que, al igual que en el nazismo, por ese lado se va hacia lo  peor. Con discursos como el de la mariposa, la ciencia nos lleva a eso.  

Rosa López

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