jueves, 11 de abril de 2013

Comentario de Mª José Martínez sobre "El ruido de un trueno", de Ray Bradbury


“El anuncio en la pared parecía temblar bajo una móvil película de agua caliente.”

Encontramos a Eckels, al protagonista del relato, leyendo el anuncio de un extraño safari que por la sensación artificial que producía, tal vez pudiera llamarse “El Espejismo”, porque en aquella agencia de viajes no se garantizaba la supervivencia de los turistas que a cambio sí podían escoger la época y el animal que quisiesen matar, y porque además, multas aparte, el safari y la felicidad que prometía, costaba 10.000 dólares. 

Eckels fantasea y aunque todo parece muy incierto, le gustaría ir contra el tiempo, enrollar la madeja de la vida, llegar a la semilla y así, quizá, vencer a la muerte, en tanto él se asegura la posibilidad de abatir la pieza elegida con sus propias manos. Así era como se vivía el ocio en aquella estúpida sociedad adinerada y aburrida de 2055: comprando emociones fuertes e increíbles, aunque el programa fuese totalmente absurdo. He de decir, también, que la fantasía de acercarse a la muerte me recuerda al relato de Mircea Cartarescu, donde el protagonista de un cuento romántico juega con ella hasta que al final es la muerte quien juega con él, utilizando la ironía de un terremoto indiferente y una muerte inesperada. 

Y es que la vida está llena de ironías, y aquí, en este cuento, tras la paradoja del anuncio con la que nos recibe el gran Bradbury, se encuentra toda la fantasía sobre la máquina del tiempo mezclada con ciertas advertencias como la posibilidad de que el Tyrannosurux Rex se enfade y pueda comerse un viajero. Y esta broma, incluida en el precio, está bien, ya que el tonto de Eckels se lo tiene merecido. Este ha agitado delante del empleado un montón de dinero para no aburrirse, porque en aquel mundo tan evolucionado, y esto es todo un detalle, algunos necesitaban de algo tan sofisticado para distraerse, como el poder convivir con dinosaurios, para lo cual necesitaban de la máquina del tiempo. Más tarde, el protagonista, sudará de miedo al comprobar el tamaño de su atrevimiento, y en medio de amenazas volverá al presente a bordo de aquella máquina en la que lo único real que vemos es el fusil que cada uno de los turistas del tiempo lleva entre las manos. Y para convencerlos, para que vean lo bien que han invertido su dinero, antes de salir les aclaran que cuando lleguen a su destino, ni Cristo ni otros personajes históricos habrán nacido. 

Pero lo mejor de las instrucciones viene cuando se les dice que al animal que van a cazar hay que darle en el lugar pintado de rojo y en el momento oportuno, para que la muerte ocurra solamente entre los animales que pronto morirían de muerte natural y no cambiar, en nada o en muy poco, el casi divino e intocable orden de las cosas. Se trata de no introducir ningún cambio ni de alterar la necesaria secuencia natural que causaría un hambre colectiva de terribles proporciones y así poder garantizar un safari sin consecuencia alguna para ese presente al que luego tienen que volver. Ya están en marcha y escuchan la prolija explicación de los monitores. Ya están en un lugar selvático del pasado y los vemos avanzar por un sendero elevado por la imaginación del autor, del cual ninguno debe bajarse. Nadie ha de pisar la tierra ni tocar ni una brizna de hierba, les advierten muy seriamente, para que no se produzca el caos. 

Y así es como los mantienen a todos asustados. Porque si bien no hay que interferir en la propagación de las especies, tampoco hay que dotar a la Naturaleza de un poder que abarque todo orden social y político. Y así, también, jugando con las palabras, formadoras de ideas, continúa la historia. Y tal vez con intención o muy a su pesar, el autor nos habla de un determinismo biológico absoluto, de forma que todo depende de la cadena biológica tanto que, basta el fallo de uno de los viajeros y una mariposa muerta en un poco de barro, para que el presidente electo de su país haya cambiado. Vemos que, por causa de esa mariposa, todos los males han sobrevenido y el presidente de ahora es, precisamente, un dictador. 

Yo no sé cómo valoró este relato la gente de su época, pero la demostración del hecho es totalmente ingenua en tanto que la ficción nos lo presenta como evidente. Los partidos políticos seguramente alternarían en la presidencia de aquel país, pero el hambre de África, por ejemplo, y el hecho de la elección del presidente del país, hecho tan trascendente para aquel posiblemente mundo globalizado en el que vivirían, sólo dependerá, nos dice el autor, del alterado orden biológico producido allá lejos en el tiempo y en el espacio, y nunca de otros factores. Y es que entre los otros factores tendríamos el factor humano, el hombre actuando o dejando de actuar en la economía, en la política, en las finanzas y, por supuesto, en lo social: el hombre responsable de sus actos mucho más allá que de la estupidez de emprender semejante viaje. Pero esta idea de la responsabilidad, no gusta a nadie, porque cada uno va a su aire, y porque nadie quiere hacerse cargo de los problemas del mundo. Es curioso ver como a través de la ciencia ficción, y a partir de la manera en que aquellos personajes entretenían el ocio, se nos habla y advierte de la manipulación a la que ya hoy estamos sometidos. 

Pero ¿por qué se salió Eckels del sendero marcado? Tal vez la acción oscura del subconsciente provocó cierta lucidez en ese viajero que no tuvo en cuenta las advertencias de los organizadores del safari, y que viajando se encontró a sí mismo, extraña paradoja dentro de las normas de los organizadores de aquel sarao. Ese fue el Hombre que pudo ver la cara oculta de lo real, el que se destacó de los otros al darse cuenta de su gran error. Pero ése hombre es precisamente el que merece un castigo. Porque la relación entre la mariposa y el presidente del país es evidente, y no digo nada si luego apareciese en el barro de sus botas algún otro insecto antidiluviano y ya no nacerían ni Cristo, ni Napoleón, ni Hitler ni nadie más. Porque desobedecer a los que organizaban todo aquello era algo gravísimo. 

Y lamentando, sin duda, alguna de estas pérdidas, estoy convencida que lo mejor es no desviarse ni un ápice de la norma, y más si se ha pagado peaje, impuestos a la Hacienda pública o algo así, que nos quite responsabilidades y nos permita sentirnos ciudadanos de primera que cumplen con sus obligaciones. Porque si te sales de la norma, vas a acabar cargando con los trapos sucios de los otros sacando las balas del animal abatido para que no quede ni rastro de aquel expolio que unos pocos organizaron para enriquecerse, ya que lo importante es divertirse. 

Y el ruido del disparo se oyó perfectamente.

Mª José Martínez

No hay comentarios: