miércoles, 3 de abril de 2013

La paternidad del nombre. Breve comentario del relato "Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura" de Kenzaburo Oé. Por Graciela Kasanetz

 Kenzaburo Oé,  escritor japonés nacido en  1937, obtiene en 1994 el Premio Nobel de Literatura.


 La subjetividad y la política conforman una amalgama en su escritura, siempre comprometida con su país, Japón, con su época y con sus circunstancias familiares.

 “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura” es el primer relato de los tres que componen el libro del mismo título, que el escritor publica en 1966. Leerlo no es fácil.  Independientemente de que los avatares de la vida de cada lector  confluyan o difieran  de los de los personajes, es imposible no sentirse profundamente concernido.
 Kenzaburo Oé  hace resonar en el  lector  preguntas fundamentales y le obliga a hacerlas propias: ¿qué he sido para  cada uno de mis  padres?, ¿qué es cada uno de mis padres para mí?, ¿qué soy para cada uno de mis hijos?, ¿qué es cada uno de mis hijos para mí?, ¿qué es un hijo para un padre?, ¿qué es un padre para un hijo?
Escrito en tercera persona, sin embargo el autor nos sitúa demasiado cerca del personaje principal ; a  distancia ínfima ,  casi dentro de él.
 Cronológicamente el relato no empieza por el principio, pero lo hace por el comienzo de un cambio de posición en la vida del protagonista, al que conocemos sólo bajo la denominación de “el hombre gordo”. Un  violento encuentro contingente con unos gamberros en el Zoo, le da la oportunidad de consentir a separarse de su hijo deficiente, comprobando que su simbiosis con el niño no era una imposición del destino sino una elección propia, tan propia como la propia locura. 
 “El hombre gordo” es un profesor que “…depositaba en la llegada de su hijo al mundo la esperanza de iniciar una nueva vida desembarazándose de la sombra de su difunto padre…” 1 y  se encuentra con que su hijo nace  con un grave defecto congénito. Esto  lo enfrenta a él y a su mujer a una elección a pura pérdida: para que viva es necesario someterlo a una operación quirúrgica en la que el riesgo mayor es la muerte, y el mejor resultado esperable  son graves secuelas; la otra opción es dejarle morir.
 “…Llegó la fecha límite para inscribir al recién nacido, y fue a la oficina del registro civil, pero no se le había ocurrido pensar qué nombre le pondría a su hijo hasta que la empleada se lo preguntó. Por esas fechas todavía estaba pendiente  de la operación, es decir, aún no se había decidido si el destino de su hijo sería la muerte o el retraso mental. A una existencia así, ¿podía  ponérsele algún nombre…?” 2
Y le pone por nombre  “…mori, que podía relacionarse tanto con la muerte como con la vida carente de inteligencia de un vegetal, pues significa “bosque” en japonés”… y le  otorga “…el sobrenombre  de Eeyore, el asno misántropo que aparece en Winnie- the- Poo” 3
¿Cómo un hombre gordo sin nombre- hijo  a su vez de aquél que perdió su propio nombre -puede dar un nombre a su hijo? ¿Cómo soportarse en un linaje sin nombre, cómo sobrevivir a la locura de ese linaje? .
No es el nacimiento de un hijo monstruoso lo que impide al “hombre gordo” la elección para éste de un nombre que lo humanice, es su falta de amparo en un nombre paterno lo que lo obstaculiza.
¿Cómo sobrevivir a nuestra locura sin el amparo del nombre?
¿Se puede ser hijo, se puede ser padre, sin acogerse a la paternidad del nombre?
El relato ubica las coordenadas  adversas de la vida del “hombre gordo”:
·        Su padre fue un conspirador  contra el emperador que traicionó a  sus compañeros de conspiración   y vivió largos años voluntariamente escondido y encerrado en el trastero de su casa, cebando su gordura y repudiando a su familia hasta su muerte. En la familia  y en su pueblo su nombre queda borrado bajo el apelativo de “aquél”.
·        Su madre vivía encerrada en su vergüenza y su rencor, ocultando éstas tras la versión de una locura familiar hereditaria.
·        El odio mutuo marca la relación con su madre.
·        Tiene un hijo deficiente y autista.
 Kenzaburo Oé no justifica en las coordenadas de la vida del  “hombre gordo” la posición de éste, no justifica en ellas  su locura, nos hace reparar en ellas,  y  también en su extravío, que puede ser el nuestro.
Confrontado a lo más extraño en lo más íntimo, el nacimiento de un hijo monstruoso facilita al “hombre gordo” una vía regia para sumergirse en su propia locura. ¿Cómo adoptar a ese hijo como propio?  El “hombre gordo” decide  fusionarse, hacerse uno con su hijo, llevándolo adherido a él, también  hace a éste uno con su propia locura, la  locura de sustentar un linaje en la identificación al rasgo mórbido de la gordura familiar, al rasgo de la culpa paterna.   
Cuando se publica “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura” habían pasado tres años desde  que el primogénito  de  su autor, Hikari,  naciera con una grave malformación  craneal.
El padre y la madre del niño apuestan por una complicada  operación quirúrgica, Hikari sobrevive con muchas dificultades y secuelas (problemas graves de visión, inquietud constante, autismo).
Hasta los cuatro o cinco años el niño  no intenta comunicarse, sus padres piensan que  “no podía tener ningún sentido de la familia-una piedra en la hierba”.4
Kenzaburo y su esposa Yukari, luchan  para hacer  de su propio dolor algo fecundo y para  que la particular subjetividad de su hijo encuentre algún  cauce para manifestarse. Cada uno  lo hará a su manera, Kenzaburo con su escritura, Yukari con la música, los dos con amor, exquisita atención, dedicación y respeto.
Yukari escucha música clásica en compañía de Hikari, esto apacigua la  inquietud  de su hijo y la que a ella le produce la del niño.
Será el encuentro casual con la emisión de un programa radiofónico en que se oye el canto de unos pájaros y la voz plana de una locutora que dice a qué pájaro corresponde cada canto, lo que ejerza un potente efecto tranquilizador en el niño, atraiga su atención y lo impulse  a comunicarse.
En una entrevista de 2005 el escritor dirá:
 “Hikari nació, hace 41 años, con un tumor de color rojo brillante, del tamaño de una segunda cabeza, que hubo que extirparle en una operación a vida o muerte. Esa angustia y la deficiencia mental que se le diagnosticó, marcan decisivamente mi obra literaria”
“…Hubo un tiempo en que yo quería ser un novelista europeo, dibujar el mundo como lo hacía el humanismo y todos los grandes autores del Viejo Continente. El nacimiento de mi hijo interrumpió esos sentimientos. Tomé la decisión de vivir con él, convertirlo en parte de la familia, integrarlo en mi convivencia diaria, ser feliz con esa nueva realidad. Decidí que continuaría retratando al mundo y a Japón, pero a través de la vida de mi hijo. Hikari es una especie de lente a través de la cual se filtra la realidad. Sus expresiones de niño, sus movimientos, sus rabietas, sus violencias, sus alegrías, cómo vive en nosotros, son instrumentos con los que reflejo el mundo. La realidad externa y la privada convergen. Tengo la sensación de que escogí la manera de escribir correcta, y también, la manera de vivir correcta.”5
Con el tiempo y con la ayuda de una cantante y un profesor de piano, especialmente sensibles  a la subjetividad de Hikari, éste aprende la escritura musical y comienza a componer.
Hikari, cuyo nombre significa” luz” en japonés, y a quien durante muchos años sus padres llamaron familiarmente “Pooh- chan” (por Winnie-the  Pooh), logrará hacer escuchar su propia enunciación a través de la música, una enunciación que porta las marcas que ha elegido aceptar de  sus padres: la escritura y la música. El sobrenombre familiar de Poo- chan es una de las marcas que ha rechazado llevar.
Hikari se ha hecho un nombre propio, en la actualidad es un reconocido compositor, escribe música clásica. A criterio de la crítica especializada una de las particularidades de sus composiciones es transmitir sosiego.
Escribiendo a través de su hijo, Kenzaburo Oé encuentra su propia voz. A través de la escritura musical Hikari Oé encuentra la suya.
“La música de mi hijo es un modelo de mi literatura. Yo quiero hacer lo mismo”6
Padre e hijo se han servido uno del otro para hacerse un nombre, para hacer oír su propia voz: el  padre que escribe a través del  hijo autista adviene padre del compositor, el hijo autista del padre escritor adviene finalmente el compositor que tiene un padre escritor. En el nombre del hijo, en el nombre del padre. Modos singulares de sobrevivir a la propia locura.
 Nuestra locura de origen es nacer hijos del lenguaje. Paradójicamente sólo en el lenguaje podemos encontrar amparo.
 Nos toca a cada uno, la responsabilidad de inventar cómo sobrevivir a nuestra locura  singular, sabiendo que nadie puede responder en nuestro lugar. La maestría  literaria de Kenzaburo Oé nos convoca a ello en su magnífico relato.
Notas:
      1.   Kenzaburo Oé.”Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura”. Editorial Anagrama.     
           Colección Compactos. Tercera Edición. Marzo 2012. Pág. 12.
      2.   Idem  1. Pág.12.
      3.   Idem   1. Pág. 13.
  1. Conversación con Kenzaburo Oé por Harry Kreisler.16/4/1999. Conversaciones con Historia. Instituto de Estudios Internacionales. Universidad de California. Berkeley.
      5.   Entrevista a Kenzaburo Oé  por Xavi Ayén. Publicada en el periódico La Vanguardia.                       
      14/11/2005.
6.   Idem  4 .
Graciela Kasanetz..

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