lunes, 2 de septiembre de 2013

Graciela Kasanetz comenta el relato La hoguera, de Jack London

Como siempre, agradecer a todos sus comentarios. A mí, el relato me pareció demasiado frío. He ido pensando al hilo de lo que iban diciendo, y cuando digo que me pareció un poco frío, ahí incluyo al hombre. Es lo que señaló Miriam Chorne respecto al paisaje, “demasiado” frío, “demasiado” gris, pues yo diría que este era un hombre “demasiado” solo. Para sobrevivir, quiso hacerlo como si fuera un perro, cuando era un hombre. Y eso es imposible.

Alberto Estévez dijo que muere cuando no quería morir. Creo que sí hay mucho de la pulsión de muerte muy fuerte en este hombre, y creo que, en parte, ya estaba muerto. Y cuando comentaron que la naturaleza puede ser muy despiadada, yo diría que la naturaleza humana puede ser muy despiadada. Y cuando Graciela comentaba que hay que estar despierto, si te duermes te mueres congelado, esto es aplicable al organismo del viviente humano.

Pero este hombre, a mi entender, ya era un hombre congelado. Murió congelado su ser de viviente, pero ya era un hombre congelado. Quizá el momento en que deja de luchar por seguir vivo como un perro, sugiere la reflexión acerca de una muerte con decencia y dignidad. No quiere morir como una gallina decapitada, moviéndose para conservar lo poco de calor que pueda conservar. En este sentido, me parece una intención deliberada del relato de London situar esta muerte que él imagina con los otros mirando su cadáver. Es decir, no hay una mirada sobre la historia de este hombre, sobre lo que se plantea en muchas ocasiones, a saber, si somos nuestros recuerdos, ¿quién era este hombre? En ese punto, me pareció que estábamos ante un hombre congelado y un relato muy frío. 

Graciela Kasanetz

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