lunes, 2 de septiembre de 2013

Otros comentarios surgidos en la tertulia sobre el relato La Hoguera, de Jack London

María José Martínez: Leí en algún lado que Jack London, en este cuento, se dedica a estudiar al hombre moderno, ese hombre que ya no piensa como se debe pensar. Es el hombre que se dirige únicamente a lo mercantil. Es la desarticulación de todo su pensamiento, lo que le hace fallar en el hecho fundamental de mantener la hoguera encendida. Creo que este hombre es el paradigma de la estupidez encarnada en el hombre moderno y mercantilista, menos atento a lo que pueda decir la experiencia de los otros. Y ello porque se cree poderoso, de manera que no contempla contingencias que puedan surgir en su contra.

Alberto Estévez: Es un hombre desconectado del saber, incluso despreciativo con el saber. London hace una reflexión acerca del hombre, en el sentido de que ninguno que se precie de serlo, puede sobrevivir solo.

Creo que lo heroico pasa por la asunción de cierta debilidad. Este personaje inicia el viaje subiendo una cuesta, y para negar su debilidad hace el gesto de mirar el reloj ante sí mismo, pues no hay nadie más que el perro. Es una relación muy particular con su propia debilidad.

Graciela Sobral: Es un hombre que no sabe nada, que inicia una aventura sin respetar ningún saber. Pregunta cómo atravesar esa naturaleza, y le responden, le aconsejan, le advierten. Y si le dan consejos es porque él no sabe, no detenta el saber suficiente, pero tampoco escucha a los que saben, de ahí su omnipotencia y necedad. Va a la muerte queriendo desafiar no se sabe qué cosa.

Miriam Chorne: El momento que señalaba María José me parece que tiene la forma de un acto fallido, colocar la hoguera en el lugar donde está destinada a apagarse.

María José Martínez: Un acto fallido dirigido a una mentalidad necia.

Esperanza: He llegado a la conclusión de que, seamos quien seamos, estemos donde estemos, necesitamos de la sabiduría, de la compañía de los demás, no podemos hacer la vida solos. No podemos tener la soberbia de este personaje. Necesitamos a los demás.

Miguel Alonso: Se planteó que toda muerte era un suicidio. No lo sé, pero creo que en algún lugar oí que uno elige su forma de morir. En este relato encontramos, posiblemente, las dos vertientes. Todos los personajes que no son capaces de acotar la pulsión de muerte –cuestión que aparece tanto en el relato como en la vida del mismo autor, no está claro si se suicidó o no— están irremisiblemente empujados a padecer el tremendismo de situaciones similares, en esencia, a la que bien describe el texto de London. El personaje parece buscar lo que le ocurre, animado por esa pulsión de muerte. Estaríamos ante una especie de suicidio, aunque inconsciente. Pero cuando habla de querer morir con dignidad, está expresando una elección, es decir, morir de una forma determinada. Encontramos entonces las dos vertientes, pulsión de muerte como empuje a una especie de suicidio, y elección en la forma de morir.  

Pero quisiera decir también que estos personajes no me parecen sin inconsciente. El sueño final es una formación del inconsciente, situada de forma maestra por el autor. 

Antonio: Si la esencia es contar como se produce la muerte de un hombre que se encuentra atrapado por unas condiciones cada vez más negativas impuestas por la naturaleza, creo que, en definitiva, es lo que nos ocurre a todos a lo largo de la vida. La vejez es eso, una lucha continua por sobrevivir a una naturaleza que se muestra cada vez más despiadada y terrible. Es el paralelismo que hace atractivo al relato y que pueda identificarme con él.  

Liter-a-tulia

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