martes, 22 de octubre de 2013

Comentario de Luis Teskiewicz sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

En la tertulia se habló de Arlt y de Borges. Borges recordaba a menudo –pero siendo Borges es imposible saber si recordaba o inventaba— una declaración de Arlt en la que decía que había sido proletario y no había tenido tiempo de aprender lunfardo, que como saben era el argot porteño. Borges lo citaba para subrayar que el lunfardo era una creación intelectual más que un habla popular. Arlt no escribe en lunfardo, escribe en el idioma de los argentinos, el habla popular de Buenos Aires.

Una frase me dejó muy impresionado, no recuerdo ya si pertenece a Los siete locos o a Los lanzallamas

Dios se aburre, igual que el diablo”.

Leí Los siete locos en mi adolescencia, y hay que decir que es una novela inconclusa que continúa en Los lanzallamas. Dos libros separados por un punto y aparte que bien podría ser un punto y seguido. Recomiendo a los que no hayan leído Los lanzallamas que la lean, pues es una continuación que incluso me parece superior a Los siete locos.

En aquellos años –cuando era adolescente— yo tenía un amigo cuyo padre era un gran poeta argentino: Raúl González Tuñón. Raúl me preguntaba, con aquella humildad que lo caracterizaba, si no me parecía que Arlt estaba sobrevalorado. Con toda mi prepotencia adolescente, yo le contestaba que no.

Con todos mis respetos hacia González Tuñón, me sigue pareciendo que Arlt no está sobrevalorado. Es un lugar común decir que Arlt escribe mal. No sé qué quiere decir eso, porque lo importante es lo que trasmite una obra. Y lo que Arlt quería hacer, según sus propias palabras, era escribir novelas que fueran como un cross a la mandíbula. Y lo cierto es que, después de tantos años sin leer esta novela, tengo que decir que no recordaba la trama, pero recordaba perfectamente a los personajes, de nombres sonoros: Erdosain, Barsut, Ergueta, o representados por imágenes impactantes: el Astrólogo, la Coja –que no es coja—, el Rufián Melancólico, El hombre que vio a la partera, etc. 

Sobre este problema de lo que está bien o está mal escrito, Nabokov, cuando hizo su antología de la literatura rusa, no puso ninguna cita de Dostoievski. Cuando le preguntaron, dijo que no había encontrado ninguna página de Dostoievski que mereciera ser citada. Y Borges le contestó que debería haber leído alguna novela entera. Creo que algo parecido se puede decir de Arlt, no son páginas citables por su preciosismo en la escritura, sin embargo, son páginas de imágenes violentas y de un conjunto impactante de personajes.

Imposible resulta no recordar el sadismo del padre de Arlt, reflejado directamente en los recuerdos del personaje de Erdosain, tanto en una novela como en la otra. Es un padre humillación y del castigo postergado: el padre avisándole de que al día siguiente le pegaría, haciendo de la espera del castigo una tortura. Erdosain es objeto del goce horroroso del padre, lo cual lo conduce a la zona de la angustia y el horror de la vida. 

Se habló de la influencia de la literatura de Dostoievski en la novela de Arlt. El personaje del gran pecador de Dostoievski es aquí emulado por Erdosain. El Rufián Melancólico le dice que ha cometido un crimen imperdonable, inimaginable, no se sabe qué crimen es, sólo que no tiene perdón. El mismo Erdosain dice que ha cometido un pecado sin nombre, el pecado sin nombre que está en la Biblia. Precisamente, es importante que sea sin nombre. Hace pensar, aunque no fuese la intención consciente de Arlt, en el inconsciente, un lugar habitado por crímenes imperdonables y pecados innombrables. Quizá si el pecado de Arlt pudiera nombrarse no hablaríamos de goce del mal como ya se hizo en la tertulia, y si no tuviésemos en cuenta la cuestión del inconsciente, no podríamos hablar de la compulsión a la propia humillación buscada por Erdosain de forma permanente. Hay un goce en la humillación, la propia y aquella a la que Erdosain somete a las mujeres con las que se relaciona en la novela, que es una repetición del goce del padre. En definitiva, hay un crimen y un pecado que no se pueden nombrar. Esto es lo que me parece más significativo.

Para terminar, es una novela que nos habla de la muerte de Dios y del horror de la ciencia y del capitalismo, que vienen a reemplazar a Dios. El horror de la ciencia ha encontrado su culminación en la Primera Guerra Mundial. De tal manera, el tema de los gases va a ser fundamental en Los lanzallamas como realización de la ciencia y del horror de la ciencia. Lacan decía que los campos de concentración eran la culminación del discurso de la ciencia, no de la ciencia en sí misma sino del discurso de la ciencia.

Y encontramos también la vacuidad del superhombre en esta novela. Para estos personajes la única salida es la destrucción ante el horror capitalista, el propio horror de una revolución que no se sabe en qué consiste, cuya finalidad se desconoce más allá de la destrucción y el horror mismo que conlleva. Es la afirmación en el mal como afirmación de la propia existencia ante una sociedad que anula a todos los sujetos. Es otro de los horrores que encontramos en las páginas de Los siete locos, el de la vida capitalista, un horror sin paliativos, también ilustrado en ambas novelas. 


Luis Teskiewicz

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