miércoles, 23 de octubre de 2013

La locura como alternativa; Alberto Estévez comenta "Los siete locos" de Roberto Arlt

El siete no es un número cualquiera, es condición matemática que ningún número sea un número cualquiera, cierto, pero el siete marca especialmente algunos hitos de la humanidad. Piensen en los días de la semana, que caprichosamente resultan ser siete, el mismo número que el de notas musicales, también siete. ¿Y los colores del arco iris? Efectivamente son siete, como los pecados capitales, el mismo número que se le asigna a los inseparables amiguitos de Blancanieves, también ellos aportan su pequeña contribución para hacer del siete un número con un cierto carácter mítico e incluso mágico.

Caprichosamente o no, el siete es el número que eligió Roberto Arlt para titular esta novela que hoy nos ocupa, e ignoro si hay alguna intención cabalística en su elección, lo cierto es que en su acepción literal invita a buscar en sus páginas la identidad de los locos hasta formar el conjunto de siete: Erdosain, el Astrólogo, el hombre que vio a la partera, el rufián melancólico, etc… En mi cuenta al final siempre me salen más de siete, en realidad muchos más de siete, Arlt parece decirse: por locos que no quede, hasta el punto de que no sé si sería muy exagerado asignar esa categoría clínica a cada personaje que aparece en sus páginas, en las que no parece salvarse nadie.

De ello se desprende una primera pregunta, ¿Arlt quiere decirnos que estamos todos locos? Opino que sí, que ese es parte del mensaje, estamos locos y además no tiene remedio, pero para poder decir eso sin arrugarse, para poder escribir una obra que una modesta tertulia psicoanalítica elija casi 90 años después para trabajarla, para conseguir que sus páginas formen parte de la posteridad, no basta con un argumento por otra parte tan manido y que ni siquiera le pertenece a este autor. Para hacer de Los siete locos una referencia en la literatura universal hay que hacer mucho más que eso, y en ese mucho más ya no encuentran su sitio procedimientos de corta y pega, collages de ingeniosas reflexiones de los clásicos remozadas y adaptadas a la modernidad, o incluso haber leído y estudiado mucho, que está muy bien para convertirse en intelectual, o en sabio, pero solo con el saber tampoco desembocamos en el lugar hasta el que esta obra nos lleva. Hay que jugarse uno, es la propia herida la que toma la palabra, hablo del término con el que comenzamos y que privilegia el título, es la propia locura del autor la que consigue dar a esta obra un cierto carácter de testimonio, es la vivencia de la propia angustia que se nos pega mientras leemos y que producirá ese efecto que tan habitualmente producen las grandes novelas, o nos cautiva o no podemos seguir leyéndola por el rechazo que nos causa, pero en ningún caso este tipo de obras dejan al lector indiferente.

A la hora de plantearme transmitirles lo que ha sido mi lectura me parece que la mejor manera de entrar en una obra que toca tantos palos tan fundamentales en el sujeto es intentar vertebrar dos ejes, dos ejes que no resulta muy difícil diferenciar a tenor de lo que la novela nos presta. Por un lado se hace patente la preocupación del autor por los dramas de la condición humana considerados en su individualidad, y ahí el protagonista Erdosain, él será el vehículo que transporte todas estas reflexiones al lector. Por otro lado y no menos evidente, hay otro grupo de reflexiones que viran hacia lo que podríamos llamar la civilización, la inmersión del sujeto en una sociedad, visto así es una obra de un marcado carácter sociológico, pero no en una sociología al uso. Ignoro si Roberto Arlt había leído la “Psicología de las masas” de Sigmund Freud, publicada unos pocos años antes, pero la verdad es que lo parece. Lo que es seguro es que no pudo leer la otra obra freudiana titulada “El Malestar en la Cultura” ya que es posterior, aunque tal vez el propio Freud, lector impenitente, pudo echar un ojo a los locos de Arlt para inspirarse.

Si se dirigen a ambas obras freudianas que decididamente les recomiendo, entenderán, descubrirán cómo el inventor del psicoanálisis introduce el único elemento desde el que podemos pensar alguna sociología que no es otro que el sujeto en su individualidad. Esto está en la obra de Arlt de forma palmaria, porque ambos ejes, sujeto y sociedad, están en constante remisión el uno respecto del otro, y el autor va y viene sobre un fondo existencialista que le sirve como canal de transmisión tanto de ida como de vuelta, la pregunta por la existencia está formulada insistentemente en el protagonista así como en clave de sociedad y civilización.

Unas palabras acerca de lo que me cautivó en cada eje. Trataré de no extenderme demasiado.

Desde el eje que llamé sujeto, desde el cual Erdosain acapara toda nuestra atención, el núcleo duro, la tesis central que aislé, insisto que en mi lectura, se resume en una frase: la vida es sinsentido. Creo que estas cuatro palabras conforman la mejor manera para expresar su drama subjetivo. Drama que es verdad que merece que nos detengamos por la exquisitez con la que se ha narrado, ya que esta falta de sentido es expresada con una genial lucidez en una vida dedicada a esperar, la espera de algo que va a llegar y cambiará definitivamente las cosas. ¿Puede haber algo más absurdo, más desprovisto de sentido que la certeza de un cambio del que ignoramos sus claves, su procedencia, sus implicaciones, y del que solo imaginamos sus efectos? Pero ya saben que la espera desespera y encontramos un sujeto que es pura angustia, bueno, angustia y reproche por gastar su vida esperando en lugar de tomar el volante.

Pues claro que le falta vida, qué bien nos lo dice, y seguro que percibieron un elemento capital que en cualquier sujeto da testimonio de su enganche personal con dicha vida. Efectivamente, el amor, que aparentemente goza de una exaltación sin límite, promovido en aquella pureza que no manchará deseo alguno, pero que a efectos prácticos es un valor absolutamente devaluado en su vida como demuestra su matrimonio. A la vez que defiendo esto reconozco que la marcha de Elsa, harta de un tipo que no la desea en absoluto, tiene efectos casi inmediatos en la vida de Erdosain, bueno, eso, y la bofetada de Barsut, esa bofetada que reedita las palizas del padre, aquellas palizas que siendo niño se limitaba a esperar, de nuevo esperar. ¿A esperar qué? Ya lo ven en toda la obra, la compasión, que el otro lo compadezca. ¿Pero en realidad qué se encuentra? Se encuentra con el goce, el otro goza de pegar, el otro goza de follar, el otro goza en suma, y el goce no entiende de miserias, lo único que busca es satisfacerse.

Me atrevo a proponerles la siguiente hipótesis edípica para cerrar el capítulo de nuestro sujeto. La bofetada seguida de la paliza que le propina Barsut es la señal, es el acontecimiento que le permitirá reafirmar su existencia, y ¿cómo lo hará? Asesinando a Barsut. Creo que es inevitable leer ahí que dicho asesinato que provocará romper con Dios definitivamente, es en realidad el asesinato del padre, es ahí dónde nos revela la clave de su ansiada liberación. Matando al padre seré libre.
Para el segundo eje, el que llamé eje social, podemos ensayar también el argumento del sinsentido, que efectivamente utiliza cuando se mofa de las películas de Hollywood y esos finales felices y plenos de sentido, pero no fue ésta la cuestión que más me interesó para comentarles a ustedes desde esta perspectiva sociológica.

En el dibujo de las individualidades que conforman nuestras sociedades, en el cual se percibe clara una primera diferenciación del autor, que es ni más ni menos que la diferencia sexual, la distinción entre hombres y mujeres, con los cuales no le tiembla el pulso a la hora de cantar las verdades, aunque suene hoy políticamente incorrecto decir que una mujer es tendente al sacrificio, mientras que en el caso del hombre lo que hay es más bien la burla de su aparente potencia fálica, que más pronto que tarde alcanza su límite convirtiéndolo en un ser ridículo y desvalorizando el estatuto viril.

Lo que me cautivó es más bien lo que llamaría la capacidad premonitoria del autor para adivinar lo que podía deparar la evolución de aquella sociedad de hace casi un siglo, en la que ya se escribían las claves de la sociedad que hoy nos toca vivir. Fíjense los puntos que va enumerando a lo largo de la novela y díganme que no se reconocen en el retrato de la actualidad: sujetos perdidos, los dioses y la fé caídos, las religiones pierden su batalla y el empuje a gozar del sujeto lo ocupa todo, en su lugar el único Dios es el dinero, una sociedad en la que la Ciencia tendrá un papel central, siempre al servicio del Capital, y los Gobiernos no serán más que comerciantes que venden el país al mejor postor. Mención especial merece la sagacidad de Arlt, hay que ver cómo intuye a su manera los miles de millones que mueve la pornografía hoy proponiendo los prostíbulos como la base económica de la nueva sociedad, en la que los ideales y los valores cotizan a la baja. Esto es extraordinario, señalar tan certeramente el triunfo del goce, que por cierto me gusta mucho el nombre que encuentra en la novela: lo llama ímpetu sordo.

Quiero compartir con ustedes una inquietud para terminar, inquietud que el texto me abrió. Recordarán cuando habla de las ciudades como cánceres del mundo, en las que el hombre es aniquilado, dice él: lo moldean cobarde, astuto, envidioso. Me parece una cuestión muy interesante ésta, se plantearía que mientras la vida en la naturaleza respetaría la condición genuina del hombre, la ciudad sin embargo lo somete, lo pervierte, lo civiliza en suma, y en ese proceso de civilización algo se pierde, él incluso lo extrema llegando a decir que el hombre es aniquilado, entiendo aquí la aniquilación como la renuncia pulsional que el sujeto debe hacer para formar parte de una sociedad. Pero ciertamente dicha renuncia no tiene marcha atrás, el hombre no se repondrá de ella jamás, y no sé si en ese sujeto que espera y espera, en ese Erdosain que somos todos, al menos un poco, podemos entender la civilización como domesticación, afortunadamente para perder parte de la agresividad y el odio, pero también para acatar mansamente lo que el amo dicta, el hombre enfermo de cobardía y cristianismo que Arlt nos propone.

¿Será al final la locura nuestra alternativa? Es maravilloso como la define: la descostumbre del pensamiento de los otros. Aquí les dejo.

Alberto Estévez

No hay comentarios: