martes, 22 de octubre de 2013

Odio, locura y perversión. Comentario de Miguel Alonso sobre Los siete locos, de Roberto Arlt

Con carácter general, y atendiendo a circunstancias personales, familiares, sociales y políticas, pondría de
relieve algunas particularidades que contribuyen a conformar el estilo vital, literario y de crítica social de Roberto Arlt, ser un buen conocedor de la desventura humana, tener una posición decidida para atravesar la cáscara psicológica de los individuos, ser experimentado en la imposibilidad de sentir la naturalidad de un hogar propio, ser enemigo declarado de los estamentos políticos perversos que oprimían a los ciudadanos, y saber de la necesidad de una ficción para sostener el aparato social.   

Recuerdo que tuve noticia de Los siete locos, por primera vez, con motivo de la proyección en Casa América de Madrid de la película de Leopoldo Torre Nilsson del mismo nombre. Quedé bastante impresionado por la convicción que trasmitía la marginalidad de sus personajes y la angustia fría y el delirio en que se sostenían. Digo angustia fría porque estaba llena de indiferencia vital –caso de Erdosain, que parecía no poseer ni siquiera un cuerpo— y delirio porque es imposible encontrar en estos personajes vacíos y desnudos de referencias simbólicas, algún tipo de consideraciones morales o éticas que los implicaran con lo social.  

Yo había leído el primer libro que escribió Roberto Arlt, El juguete rabioso. Creo que es un buen ejercicio de lectura para afrontar Los siete locos. El juguete rabioso, a mi modo de ver, sería una matriz de Los siete locos, en el sentido de que desarrolla una curiosidad por experimentar el goce del mal. En Los siete locos encontraríamos lo mismo con una mayor complejidad en cuanto al tratamiento de la marginalidad, la miseria, el delirio, así como de los personajes y sus singulares locuras. Me parece que Roberto Arlt realiza, en ambas, un ensayo literario acerca del mal, la locura y la perversión: Dice en El juguete rabioso:

Yo no soy un perverso, soy un curioso de esa fuerza enorme que está en mí”. Y en Los siete locos: La curiosidad de ver cómo soy a través de un crimen”, (90)  

Es la experimentación de un deleite en las figuras de los fracasados, los marginados y apartados sociales, de los bandoleros, en los que Arlt veía cierta autenticidad.  ¿Cuál sería esa autenticidad? La inscrita en la cara más o menos oculta de lo humano, que nos impulsa a mirar hacia otro lado, que no queremos reconocer pero nos pertenece, a saber, la faz del odio, del mal, la locura y la perversión, en este caso proyectadas a través de la conspiración. Si hablábamos de la curiosidad de Arlt, por qué no, también, de su valentía literaria al afrontar esos elementos problemáticos de lo humano.                        

La miseria está en nosotros, es la miseria de adentro

Sabemos que sus circunstancias familiares fueron rigurosas y severas. Tuvo que sufrir a un padre sádico que lo sometía a castigos que llegaban, incluso, a una cierta sofisticación, lo cual no puede, sino, dejar en el autor un rastro insoslayable de afectos problemáticos. Pese a ello, Roberto Arlt pudo, al contrario que Erdosain, construir posiciones nobles y apasionadas. Por ejemplo, sus preocupaciones sociales volcadas como corresponsal del periódico El mundo de Buenos Aires, crónicas muy leídas a las que llamaba Aguafuertes porteñas, en las que analizaba, desde una posición ética, tanto la situación política como las miserias de sus conciudadanos. Quizá en Los siete locos realiza un ensayo de destrucción de un orden político perverso, pero también podemos pensar que realiza una catarsis personal en la que, a través de sus personajes, Arlt se desnuda de toda nobleza para dar rienda suelta, por medio de una ficción política, al acervo de aquellos afectos que bullían en su interior.  

Darle un giro inesperado a mi vida, destruir por completo el pasado, revelarme a mí mismo un hombre absolutamente distinto al que yo era”. (Pág. 128)

En esa catarsis, si la angustia fría está representada por Erdosain –quien me parece un trasunto de Arlt sin sus recursos simbólicos— la frialdad del mal absoluto está representada por el Astrólogo. A éste, incluso, podríamos aplicarle un cierto maquiavelismo, si tomamos el concepto en un sentido peyorativo, el uso de la astucia y el asesinato, sostenidos en la máxima de que el fin justifica los medios, y que procura la subordinación de todos los seres humanos a unos fines supuestamente más altos, pero perversos. Dice allí el astrólogo:

“¿Cuántos asesinatos cuesta el triunfo de Lenin o de Mussolini? Eso no interesa a nadie porque triunfaron. Eso es lo esencial, lo que justifica toda causa justa o injusta”    
Uno de los aspectos más considerable de Los siete locos es su carácter profético. Roberto Arlt supo ver con gran clarividencia el efecto que tendría en lo social la pérdida de los referentes ideales, religiosos, institucionales. Sería la conformación de un nuevo ídolo como sucedáneo de Dios, una Hidra de tres brazos, capitalismo, ciencia, tecnología. Lo que enseña Los siete locos es que cuando la ficción se diluye, la verdad científica que se propone como sustituto, el objeto empírico desnudo de palabras, no consuela de nada, no alcanza a sostener la vida del ser humano, para quien sólo queda la depresión, la locura, el suicidio, la miseria, etc. Arlt lo manifiesta de esta manera:

Usted siente que va cortando, una tras otra, las amarras que lo ataban a la civilización, que va a entrar en el oscuro mundo de la barbarie, que perderá el timón

La humanidad, las multitudes de las enormes tierras han perdido la religión... Entonces los hombres van a decir: Para qué queremos la vida... Nadie tendrá interés en conservar una existencia de carácter mecánico porque la ciencia ha cercenado toda fe. Y en el momento que se produzca tal fenómeno, reaparecerá sobre la Tierra una peste incurable... la peste del suicidio” (149)

En esta tertulia surgió muchas veces la cuestión de la ficción como estructura de la verdad. Sin ella, el ser humano no alcanza ni a posicionarse como animal, solo le queda el vacío como sustento:

La felicidad del hombre solo puede apoyarse en la mentira metafísica... Privándole de esa mentira recae en las ilusiones de carácter económico” (150).

En definitiva, pienso que los siete locos presentan al hombre desnudo de ficciones. Es como si sus personajes fuesen heterónimos que morasen en el mismo vacío de Roberto Arlt, desdichados sin remedio, locos angustiados, conspiradores viles y rastreros sin cáscara psicológica alguna y, por ello, profundamente humanos.    


Miguel Ángel Alonso

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