martes, 4 de marzo de 2014

Apertura de la tertulia 50. Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Yenia Camacho

Muchas gracias por hacerme el honor de abrir esta tertulia, por la que profeso una gran admiración. Voy a entrar directamente en materia comentando que Seda se escribe en 1996. Mi edición, la número 17 entonces, era del año 2000. En 2013 ya había 40 ediciones. No es que sea exactamente un Best Seller, pero es una obra que se vendió mucho y sostenidamente a lo largo del tiempo.

Otro dato que me parece importante para el análisis que voy hacer es poner de manifiesto que Baricco es el director de una escuela de escritura creada por él mismo en el año 1994, es decir, más o menos cuando escribió Seda. Escuela de técnicas de escritura sita en Turín y una de las más prestigiosas de Europa y del mundo.

Baricco dice en la contraportada que Seda no es una novela ni un cuento, que es una historia que podría ser de amor, pero no sólo de amor, pues si sólo hubiera sido de amor no hubiera merecido la pena contarla. Entonces, hice una segunda lectura de Seda buscando por qué había merecido la pena contar la historia que narra. Porque de mi primera lectura sólo saqué el asombro de que tuviera tan buena crítica y tantos lectores. Luego descubrí que había otras personas que pensaban lo mismo que yo, lo cual me tranquilizó, pues me sentía extrañada. Si hubiera una palabra para definir Seda, elegiría la de ligereza. Ligereza por cómo trata el tema, ligereza por las similitudes que está buscando permanentemente en torno al propio tejido de la seda.

Voy a hablar de la historia y de cómo se ha escrito, porque creo que es tan importante una cuestión como la otra, aunque quizá sea más importante esta última. La historia se desarrolla en 1861, parte en un pueblo de Francia, parte en una aldea de Japón. La deformación de los talleres de escritura me ha hecho hacer una lectura en el siguiente sentido. En esos talleres se dice siempre que el núcleo de un texto es siempre alguien, o algunos, que desean algo y lo buscan. Y la conclusión es que lo obtienen, no lo obtienen, lo obtienen a medias o parcialmente. Eso es una historia. ¿Qué buscan aquí? Parece que el pueblo busca tener huevos de gusanos de seda. Dentro de esa historia se inserta la propia búsqueda, el deseo del personaje, que es comisionado como agente comercial, pero también propietario. Él realiza el viaje para buscar los gusanos de seda.

El texto, en general, no está exactamente vinculado a los ciclos naturales de la producción de la seda, del huevo. En las alusiones se queda en el capullo, no va a los siguientes pasos en el ciclo de metamorfosis y generación del huevo, pero tiene permanente referencias a eso. Los viajes que hace Hervé una vez al año, tienen que ver con ese ciclo. Por eso va a buscarlos en invierno. Una vez que Joncour, uno de los personajes principales, llega a la aldea japonesa, suceden dos cosas. La mujer larva, la mujer sin nombre, despierta igual que lo hacen los huevos cuando eclosionan. Lo primero que ocurre cuando los huevos eclosionan es que la larva levanta la cabeza, a la vez que comienza a tomar una cierta fuerza. A partir de ahí aprende a comer hasta que pasa por sucesivas fases, muda su piel y luego llega a formar el capullo hasta que se encierra totalmente en él. Yo creo que el texto va haciendo referencias sutiles a este proceso. Despierta la mujer larva a la vida, pasa de huevo a larva, y Hervé despierta al deseo.

Porque de Hervé Joncour nos han dicho, en la primera parte del relato, que asiste a la vida sin vivirla. Vemos también que hay otras personas que van decidiendo por él en diferentes momentos de su vida. Tenemos un narrador en tercera persona con una voz muy particular que me recordaba las voces de los cuentos infantiles: “Había una vez…”. Sobre todo en el primer tercio del relato.

De todos los personajes, me parece que la mujer larva es quien lleva la iniciativa. Y la lleva en la historia de amor, en ese ir creciendo el deseo de Hervé. Y crece hasta el núcleo central, que es el nudo, en el cuarto viaje. La mujer larva mira, no habla, no hace el amor, pero está permanentemente tejiendo en torno a sí filamentos sutiles que van atrayendo a Hervé Joncour. Hace el gesto de posar los labios en la taza, lo cual me parece un recurso un poco pobre, como un juego de instituto, algo indigno del resto del texto. Escribe también el ideograma, hace el amor por persona interpuesta. Y en cada avance, en cada viaje, muda la piel. Primero viste de un color, luego de otro. Me parece una forma de simbolizar los crecimientos.

Hervé Joncour, por su parte, vive la aparición y el crecimiento de su deseo, mira, toma el ideograma que luego entrega a Madame Blanche, lo cual constituye un salto en esa relación. Hace el amor con la persona interpuesta. Me llama la atención que después de hacer el amor con esa persona interpuesta, dice algo así como que da lo mismo con quién lo haya hecho. Es lo que su frase quiere decir, que de noche todos los gatos son pardos. Luego, al llegar a Francia lo vemos con su mujer Hélène, con quien hace el amor pensando en la otra persona. Y de ese deseo que parece que no existía, pues también “obtiene” rendimientos el resto de su vida, porque ese deseo se reactiva también con su mujer. En ese viaje que hace con ella por la costa francesa, durante una comida la tiene sentada enfrente suyo junto a un atractivo señor que porta flores azules en la solapa. Ahí se le despierta algo parecido a los celos, a él, que era tan pasivo. A pesar de la sutileza del texto, no se presta mucha atención a este personaje, no vuelve a aparecer este hombre de las flores azules, que luego sabemos que es un signo de haber ido a visitar a Madame Blanche.

Me parece que en este pequeño núcleo de la historia vemos que Hervé pasa de su deseo por la mujer sin nombre, la mujer larva, a los celos en relación a su mujer. Al mismo tiempo, su mujer intuye la relación con otra mujer, pero la vemos manteniendo la relación con su marido, trata de acogerle y hacer todo lo mejor posible para que Hervé regrese de sus viajes. Sin embargo, parece que también a ella le cabe otra relación de cierta proximidad, aunque aquí no dice nada más. Una relación de proximidad con alguien que lleva unas flores azules, es decir, que conoce las técnicas amatorias de Madame Blanche, una mujer de la misma cultura que la mujer larva. Esta parte que describe las relaciones, me parece la más sugerente de la historia de amor que cuenta. El resto no me parece mucho. Hélène se da cuenta de lo que pasa, se inquieta, sufre, intenta retenerle, pero también tiene su amigo.

La historia se desarrolla en 1861, nos dicen que es cuando Flaubert está escribiendo Salammbô. Esta obra se escribe después de la publicación y el éxito de Madame Bovary. O sea, Helène está, supuestamente, en esa posición de las mujeres de Francia, no se trata solamente de la mujer que espera, sino que también se permite otras cosas.

Y por fin, ¿quién es Hará Kei? Un hombre de negocios todopoderoso que no actuará si no está en peligro su propiedad.

Esta es la estructura del relato, la estructura central, y la forma cómo se hace un relato, con una serie de personajes que soportan la acción, y luego hay algunos personajes laterales del relato que tienen una cierta simetría, que son Baldabiou y Madame Blanche. Baldabiou es un hombre que rige destinos, una especie de dios que manda a una especie de héroe a hacer el viaje. Y Madame Blanche, por su parte, tiene un papel parecido, en el sentido de que está ahí para dar apoyo. Pero dentro del relato en su conjunto, dentro de su estructura, son dos personajes que lo arman un poco más y que dan pie, además, a algunas subtramas. En el caso de Baldabiou está la cosa del juego, y en el caso de Madame Blanche, además de otras historias, una última que se insinúa con una puerta abierta por la que Hervé decide no pasar.

El nudo está en el cuarto viaje. Allí encontramos un Hervé que ya no es aquél que dejaba pasar la vida. Hace ese viaje tomando su destino en la mano. Va al viaje contra la opinión de todos. Y cuando llega a la aldea se encuentra con la mujer larva rodeada de telas de seda que no dejan ni una ranura. Encuentra al amor, al objeto de su deseo, completamente inaccesible. Primero, porque ella está rodeada de toda la gente que parece huir por la guerra, pero además porque el amo de la cosa le dice “hasta aquí”. Incluso le ponen el fusil en la cabeza. Hay que decir que tampoco Hervé se revela mucho. Es un Hervé que ha ganado en acción, pero tampoco tanto. Una cosa comedida. Le dicen que se vaya y se marcha. Y vuelve a decir una de esas frases similar a aquella que pronunció cuando hizo el amor con la mujer interpuesta, si no es una es otra. Es decir, se da media vuelta ante la imposición de Hara Kei, y piensa que no se le cae el mundo. Se ha llevado un disgusto, pero ya se da cuenta, en ese momento, que puede vivir con el disgusto.

El desenlace me ha parecido curioso. Llama la atención un primer paso del desenlace. Podría haber sido el desenlace total, cuando Hervé regresa al cobijo de Hélène y ella le acoge. Ahí podría haber acabado la historia. Pero va más allá. Es como si al autor le hubiera parecido ligero y pensó en añadir algo más. Entonces pone su nostalgia, y la dibuja bien. Porque, mientras hay otras cuestiones que van surgiendo, cuestiones típicas de cómo se construye un relato, la pajarera, unos cuantos indicios por ahí, detalles en definitiva, y recibe una carta con un matasellos que no es de Japón. Es lo único que sabemos. Una carta sensual, erótica, pero narrativamente muy curiosa.

Porque todo el libro es curioso. Tiene 65 capítulos, en su mayoría de una o dos páginas, excepto el que contiene la carta, que tiene cinco. Es el doble o el triple que el resto de los capítulos. Es un ingrediente de esta narración a la que el autor ha querido darle peso. Pues la cuestión es que recibe la carta y ya está. Pero al poco se muere su mujer. También aquí podría haber acabado la historia. Porque, qué es la carta. Es una carta con una alta carga erótica, pero sobre todo es una carta de despedida. La que escribe deja muy claro que esto se terminó.

Repito, se podría haber acabado aquí el relato, pero tampoco. Luego se muere Hélène, y le pone en el epitafio un Hélas. Yo me he preguntado por qué le pone eso, qué lamenta Hervé. No sé si lamenta haberla hecho sufrir, o si lamenta más cosas. No sabemos. Al autor no le importa mucho.


Pero pasa un tiempo y aparecen, en la tumba de Hélène, florecitas azules. Yo, que me había colocado de parte de Hélène en algunas partes de la historia, pensé que era el amante el que le deja las flores. Pues no, porque Hervé, rápidamente establece un vínculo entre esas flores azules y Madame Blanche, y ahí tenemos otra vuelta de tuerca. Porque Madame Blanche le dice que, efectivamente, la carta era de su mujer, que su mujer hubiera querido ser la otra. Y además, qué le verán las tres chicas que están por el chico éste. ¿También Madame Blanche quiere seducirlo? Madame Blanche hace una lectura de la carta significativa, una lectura donde, además, hay unas cuantas trampitas narrativas. Porque en la lectura de la carta se va parando, le da un ritmo determinado, y además dice: “Dijo Madame Blanche”. Madame Blanche no dice nada, ella lee la carta. Colocan ese equívoco para ver ese pequeñito hilo que une esa tirada incipiente de tejos de Madame Blanche también, creo yo. Va haciendo suyo el texto. Todo lo que se dice en él es como si todas las mujeres estuvieran en ese punto. Esa impresión me ha dado, que todas las mujeres son la mujer. 

Yenia Camacho

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