lunes, 3 de marzo de 2014

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Luis Teskiewicz

Coincido con las opiniones que sostienen que Seda es una novela de una gran ligereza. Impacta mucho ver todo lo que habéis podido extraer de esta ligereza. Pensé, cuando la leí, que era una novela femenina, escrita por una mujer, y que el deseo que la atraviesa es un deseo que nunca se menciona. Hervé está siempre en su decisión de ir, pero está la provocación de esta mujer extraña, la que lo convoca, la que lo provoca desde la primera escena.

Por otro lado, está el tema de su escritura. Es una novela llena de los recursos habituales de la poesía, por ejemplo la reiteración. Todos los viajes se reiteran al Japón salvo en un punto, el lago Baikal, al que se le va cambiando el nombre. Son recursos muy poéticos.

Pero quiero decir que esta sensación de novela femenina es por los deseos que mueve. Son los deseos de las mujeres los que están en juego. El de Hervé es despertado y atraído por estas mujeres. Hay dos decisiones. Si Baldabiou lo manda al principio, Hara Kei dice hasta aquí. Uno tiene la impresión de que cuando está escrita la primera escena, Hara Kei está viendo lo que Hervé está viendo. Y está viendo el deseo de la mujer que él posee, un deseo dirigido hacia otro hombre. Y lo tolera, lo permite en todos los viajes hasta que dice basta, hasta aquí hemos llegado. Es el momento en que, justamente, el deseo del francés se ha despertado con todas sus fuerzas.

Y hasta aquí también lo dice la sabiduría de Helène. Ésta, obviamente, desea ser esta otra mujer. Y como dijo Silvia, toda mujer desea ser el objeto de deseo y de amor de su hombre, que está puesto en otro lugar, pero a la vez le hace culminar la relación sexual con esta mujer. Culminarla en el sentido de que tiene una relación inexistente. Es una relación por medio de la palabra, lo que es, en muchos sentidos, el acto sexual. Y porque sabe que ese deseo sólo puede aplacarse con la consumación. Y es interesante que en la novela se consuma dos veces, y siempre por interposición de otra persona, primero la puta, no la mujer objeto de deseo, y después Helène. Son las palabras de Helène las que hacen el amor con él, el amor por la palabra. Le hace el regalo más hermoso que le puede dar para concluir la relación con la mujer.

Por eso me parecía que cuando Rosa decía lo de las dos mujeres en Freud, la mujer identificada por el hombre con la madre, que es la mujer que da hijos –en este caso Helène no da hijos— y la puta, con la cual se puede gozar, Freud dice que son dos versiones de la madre, es la madre santa que lo ha protegido, y la madre puta que lo ha engañado antes de nacer con otro, acostándose con otro y produciendo su nacimiento. O sea, también es la madre puta.  Aquí tenemos a esta madre santa, etérea, por lo menos no se menciona tanto el amor que es Helène, ella escribe desde el amor, y tenemos la puta, que es Blanche, la que sabe del goce masculino y como gozan los hombres, y tenemos la otra mujer, por eso coincido con Miguel Ángel, que es la inaccesible, la inexistente, la mujer blanca que en Japón no existe, una mirada en silencio, una palabra en silencio. Es la mujer propiamente, porque no existe.


Luis Teskiewicz

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