lunes, 3 de marzo de 2014

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Miguel Alonso

Considero que Seda, de Alessandro Baricco, es una obra maestra con un estilo propio muy marcado. Más que a una novela, o a un cuento, su estructura y su tema la asimila a la poesía. Y como toda poesía que se precie, lo es de ausencia, de vacío, de falta. Muchos de sus párrafos y de sus frases las estimo como síntesis de un pensamiento siempre próximo a la verdad, escrito con palabras y en lugares de carácter alusivo, simbólico, metafórico. Diría que, más que de imágenes físicas, Seda es una escritura de evocaciones. Estructura perfecta para sentir que por detrás de los acontecimientos que se narran, se escribe otra historia que contiene algo que nos está perturbando continuamente. Y es que no seducen tanto los cuatro viajes al Japón físico, como lo que se escribe por detrás, el viaje único y singular de Hervé Joncour hacia la serenidad, ese lugar paradójico donde encuentra, de forma irremediable, su vacío, su imposibilidad, y la impotencia de la palabra para encontrar el sentido. Y es que Seda produce la sensación de tener la nada entre los dedos.

Baricco alcanza a escribir el soporte insólito de lo humano: el silencio, más consistente que cualquier otro fundamento tangible que procuremos, ya sea objetivo, ya la construcción de un saber, ya la elección de un partener amoroso, etc. Todos los protagonistas tienen asignado su papel dramático alrededor del silencio, el “mudo” Jean Berbeck, Baldabiou, Madame Blanche, Hara Kei, etc. Y los pasos de Hervé Joncour parecen caminar en un sueño del que es actor, pero también privilegiado espectador, configurando una gramática del deseo que siempre lo conduce a la falta de lógica y de razón, una gramática que nunca encuentra su objeto y que se topa, de  continuo, con la función de la mancha, esa distorsión en el orden del mundo que atrapa a Joncour para remitirlo al silencio absoluto, a la falta de respuestas, a la ausencia de palabras, al lugar vacío de su deseo, es decir, a su falta de objeto.

No parecía vida” (Pág. 47)

Quizá no lo parezca, pero lo es. Estamos demasiados acostumbrados al poder de la imagen y viciados por su pregnancia y aparente solidez. Pero Seda, en su evanescencia, es vida de verdad. El viaje de Joncour nos lleva al atravesamiento de todos los paisajes imaginarios para conducirnos hacia un núcleo llamativo, donde la poesía de Baricco sitúa a una extraña mujer –yo diría incluso La mujer, así con el artículo, y su misterio— mujer muda, cuyos ojos no son visión, sino mirada, es decir, nuevamente mancha en el cuadro, rostro de muchacha intangible, indisociable de un poderoso, enigmático y misterioso Hara Kei, su valedor y protector. Una y otro parecen conformar la metáfora de un centro humano que ha de permanecer inviolable, a riesgo de destruir toda humanidad. Pese a su obstinación, Joncour se da cuenta de la imposibilidad de alcanzarlo porque allí no hay palabras. Ese centro separado del lenguaje es la causa del movimiento vital de Hervé y causa de su deseo, pero también del deseo del mundo en general. Y quizá sea el centro donde se escribe la pregunta ¿Qué es La mujer? Añado que, al respecto, todas las mujeres de Seda son sustituciones de esa La mujer.

Recuerdo ahora la novela de Magda Szabó, La puerta, leída en esta misma tertulia. Allí, la puerta, que parecía metaforizar la misma piel de La mujer, resguardaba un misterioso tesoro. Esa puerta fue abatida por la obstinación de los lugareños perversos. Rompieron la piel del misterio creyendo que en su interior iban a encontrar el Agalma, el tesoro, pero sólo encontraron nada y la consiguiente destrucción.      

Seda, por lo tanto, se escribe como la poesía más inspirada, rechazando toda melancolía: “la desesperación era un exceso que no le pertenecía”. No borra esa “suerte de infelicidad” ineludible puesta en el ser de Hervé Joncour, infelicidad que tan extraña resulta a los que no hicieron su viaje. Y en tercer lugar, es una poesía inspirada porque una vez alcanzado el límite, pone a los protagonistas en la tesitura de una elección. En este caso, unos no quieren saber nada de ese centro tan humano, otros no vuelven a hablar, como Jean Berbeck, pero otros, como Hervé Joncour, asumen la ausencia, la imposibilidad de comprender, y construyen un amor, una vida, un parque, que sabe remedos de esa joya inalcanzable e inviolable. Así es el mismo arte.

Ni siquiera llegué a oír nunca su voz”; “es un dolor extraño”; “morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca

 Seda es, simplemente, verdad.  


Miguel Ángel Alonso

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