lunes, 3 de marzo de 2014

Seda, de Alessandro Baricco. Comentario de Rosa López

Creo que no podemos infravalorar al protagonista Hervé Joncour. Efectivamente, parece un cobarde, un tipo que asiste a la vida pero que no la vive. Es cada uno de nosotros, es el neurótico, es el hombre que vive vacilante. Es verdad que no es un héroe, pero tampoco es que no tenga peso en la narración. Ésta gira en torno a sus identificaciones y a la manera en que se sitúa frente al deseo de los otros. Primero se hace militar según el deseo del padre, luego se adapta al deseo de Baldabiou, un personaje muy interesante, un hombre con un deseo decidido, un visionario que pone sobre la mesa del alcalde –padre de Hervé, bastante tonto— un objeto rarísimo. Es muy interesante el diálogo, cuando el alcalde le dice que eso son cosas de mujeres, y Baldabiou dice que no, que son cosas de hombres: es dinero.

La novela la leí cuando se publicó, me gustó muchísimo y me produjo un impacto muy notable. Me gusta el estilo de frases concisas y capítulos cortos y tajantes. Por otro lado encontramos la repetición. Y la repetición es parte de nuestra vida. Porque los seres humanos somos verdaderos discos rayados. El inconsciente nos lleva a repetir y repetir. Una vida se puede contar por los acontecimientos extraordinarios y por los ciclos repetitivos. Y me parece que las dos cosas quedan bien señaladas en la novela.

Los psicoanalistas, desde Freud en adelante, somos tributarios de los poetas. Es decir, lo que sabemos sobre el sujeto, lo que decimos sobre sus deseos, sobre su dolor de existir, sobre su sufrimiento, etc., lo dicen muchísimo mejor los poetas. Y Liter-a-tulia es, precisamente, un homenaje a eso. Porque los poetas captan la subjetividad con una finura, elegancia y concisión, mientras que los psicoanalistas necesitamos páginas y páginas, diagramas, historias, etc. De pronto, Baricco lo explica en pocas palabras.

Estoy de acuerdo con el comentario de Silvia. Me parece que hay una historia de amor y nostalgia del objeto perdido, un objeto que nunca se llegó a tener. Valga la contradicción. Porque Seda no hace, sino, ilustrar que en el ser humano el objeto del deseo es algo que se perdió de antemano, desde siempre, estructuralmente. Y el deseo es eso, un deseo incesante de reencontrarse con un objeto que nunca se tuvo. Por tanto, el deseo es eternamente y estructuralmente insatisfecho. No se puede satisfacer porque nunca se va a encontrar el objeto adecuado. Es decir, nunca lo hallado será igual a lo deseado. Esto nos condena a que el deseo, por definición, permanezca insatisfecho.

Pero el amor hace que podamos seguir ligados a otra persona aunque el deseo haya disminuido. Lo que dicen los poetas con una sencillez increíble, los psicoanalistas dedicamos seminario tras seminario. Y es que los dos grandes objetos del deseo en el ser hablante son la voz y la mirada. Y podría leerse esta historia como la división, en el varón, del objeto amoroso. Esta cuestión es clásica en la sexualidad masculina. Al objeto erótico se le tiende a dividir entre la mujer amada –corriente de ternura— y la mujer de deseo sexual. Freud lo interpretó como la división entre la madre idealizada y la puta degradada. Pero el cierto del autor Baricco es plantear este desdoblamiento en otras coordenadas. La mujer de la voz, Helène, con una voz bellísima, y la mujer de la mirada, que era muda. Además sin nombre. Conocemos los demás nombres de todos los personajes, todos están puestos en la historia menos el de la mujer de los ojos no orientales. Y la mujer de la mirada tiene estatuto de objeto. Empieza siendo el signo del poder, el único signo del poder de Hara Kei. No llevaba joyas, nada más que una túnica oscura. Mujer de la mirada.

También parece interesante pensar que la mirada es un objeto de deseo enigmático que no equivale a la visión. Con la visión nos entretenemos el día entero, nos engatusamos. La visión pertenece al campo de lo imaginario. La mirada, sin embargo, es inquietante, enigmática, algo que nos interpela como sujetos de una manera diferente al imaginario habitual que supone el campo de la visión. En ese sentido, Japón es para Hervé el encuentro con la mirada en el campo de lo invisible.

Esta contradicción que a nosotros nos cuesta entrar en los seminarios de Lacan, Baricco la suelta de esta manera. ¿Qué es Japón?: Lo invisible. Y, a la vez, el lugar donde se encuentra con la mirada como un objeto que le interpela. Y ahí el sujeto Hervé cambia. Hay un acontecimiento. Hervé, el típico neurótico obsesivo que asiste a la vida sin vivirla, después de esta mirada ya no es el mismo, pasa por una experiencia que lo transforma. Ahí se hace cargo de su propio deseo. Su empresa ya no consiste en ir sosteniéndose en el deseo de los demás, sino en el suyo propio.

Podríamos decir que Hervé no es tan cobarde. Es un hombre que viaja incesantemente, pero viaja según el deseo del Otro, sin arriesgar su propio deseo, aunque los viajes en sí mismo conlleven peligrosas incomodidades. Pero viaja según el deseo del otro. Hasta que empieza a hacer su viaje. Quizá no debamos ser tan exigentes con Hervé. Hay que pensar que llegan a ponerle una pistola en la cabeza, además de contemplar al niño muerto. No podemos exigir tanto a un ser humano, no podemos exigirle que ponga en riesgo su vida. Es una historia de amor con un nivel de tragedia.

¿Qué cambió en la vida a Hervé?, ¿qué hizo que, a partir de determinado momento, fuese él quien comenzara a vivir la vida como su propia empresa? Esos ojos orientales, esa mirada desconcertante. Interesante es que diga que se sintió mirado aún cuando no había abierto los párpados. Ahí es donde quiere destacar la mirada en un plano distinto a la visión. Por supuesto, mujer inalcanzable, paradigma del deseo como lo imposible de satisfacer, lleno de obstáculos, lo enigmático, etc.

Defendiendo el estilo de Baricco, algo que a mí me gusta, y es que si las cosas se pueden decir en tres palabras en lugar de trescientas, y te atraviesan, particularmente me satisface. Y os quería traer una frase en la que este hombre, Baricco, consigue sintetizar una época, la de la narración, en treinta y una palabras.

Era 1861. Flaubert estaba escribiendo Salammbô, la luz eléctrica era todavía una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo en una guerra cuyo final no vería”.

Me quito el sombrero. Sitúa trama que se va a desarrollar en treinta y una palabras captando el espíritu de la época. Me impresionó.

Y un tema importante. En esta historia no hay infidelidad. El deseo por esa mujer no resta nada del amor de Joncour por Helène. Ésta no es una mujer a la que le han sido infiel. Y tiene una enorme sabiduría cuando, finalmente, hace que el marido se libere de las palabras en las que quedó prisionero: “ven, si no me muero”. Ella escribe otra serie de palabras que van a liberar a Hervé de la prisión en la que había quedado. Es un gesto de amor espectacular. Y Joncour, antes de partir hacia uno de sus viajes, le dice que la amará siempre.


En este sentido, no puede restarse ni un ápice de amor por Helène. La historia de amor es la historia de Hervé y Helène, en reciprocidad. Y luego está el tema del deseo, extraño y errático. El deseo siempre es excéntrico, no pega con el sujeto. Todo me parece muy interesante.  Es interesantísimo. No creo que tengamos que ver en Helène una mujer sometida. Y al final cada uno ha de organizar su huerto como pueda.

Rosa López

No hay comentarios: