sábado, 5 de abril de 2014

Apertura de la tertulia 51 Lo real de Henry James. Comentario de Mónica Unterberger

Encantada de estar hoy aquí para comentar mi impresión en y con la lectura de este cuento, relato, breve, de apenas unas 12 páginas. Seré yo también breve. Para empezar, decir, que no siendo una gran lectora de H. James, al leer este relato, recordé enseguida otro cuento “Otra vuelta de tuerca”, que retornó como un recuerdo ultra claro,  al decir de Freud cuando se  refiere a esas escenas que operan como impactos inolvidables. Como corresponde a lo que deja una huella imborrable, de la lectura de ese cuento, permanece una sensación de algo umheimlich, algo imprevisto, sucedía algo que no estaba previsto.

No tuve tiempo de volver a leerlo, pero como comprenderán, ahora no puedo dejar de ir a rebuscarlo. Este cuento, “La Cosa Real”, que es su titulo en ingles,  me confirma que es algo propio del autor: en los personajes desliza lo que en el fondo, no son sino sus preguntas o sus preocupaciones, de una manera lenta, pero sin renuncia.

Dicho lo cual, me pregunto: ¿cómo he leído Lo Real? Que impresión me produjo? Me gustaría compartir  con ustedes mi versión, es decir, mi lectura.

De entrada, encontré una sorpresa, el desconcierto, el malentendido. El malentendido, siempre presente toda vez que se hable, en este caso singular,  parte de interpretar, es decir de leer,  la armonía que ofrece la vista de una pareja, real,  que luce impecable,  parece discreta, educada, espejo de una clase privilegiada, formada en la buena cuna.

Esa opacidad armoniosa va develando lentamente, lo que oculta. Me parece que hay una cuestión presente en el autor: qué vale más? Cuál es el valor a atribuir a lo real, a la perfección aristocrática? Indicada muy claramente con el nombre de la pareja: Monarch en ingles, monarca, reyes, en oposición a lo que representa para el autor, los personajes que encarnan la clase baja, pero dotados de lo vivo, de la ductilidad, de la capacidad creativa. Es una tensión en la que se juega toda la puesta en acto del relato.

Como relato, parecía  que en su aparente monotonía iba a aburrirme. Tenía algún efecto de sorpresa, emergía alguna pregunta sobre los giros de estilo de escritura,  sí…con instantes de distracción por un cierto tono lineal   en su discurrir….hasta que fue surgiendo, casi sin darme cuenta, una sensación curiosa: la fuerte impresión de que estaba ante un cuadro o varios, o una serie: se iba pintando algo producido por la mediación de una mirada, allí presente,  que ofrecía  distintas escenas dentro de la escena en la que se incluía a la vez, el pintor mismo. Una curiosa topología, pensé, instaurado por el estilo de H. James que permitía esa representación.

Todo el relato transcurre en una habitación, donde se entra y se sale, se trabaja, se supone y se “aprende a ver”. La mirada ocupa un lugar privilegiado, y  me dejé llevar por esa mirada con la que el pintor, da a ver a un espectador lo que ahí sucede.

Me parece que en esas escenas se pintan varios teatros:  uno,  como hilo principal que se tiende desde el principio hasta el final, es el que ilustra ese viaje que va desde las formas más armoniosas bajo las que nos presenta el primer encuentro con la encantadora pareja-  “autentico matrimonio”, dirá y  que va a definir como esa  profunda fusión en la que cada uno, encuentra el  apoyo de su falta, en el otro -  y, el otro, paralelo diria yo,  en el cual el recorrido temporal de cada escena,  puntúa nuevos desencuentros y descubrimientos de los mas y los menos de cada uno de los personajes.

Durante ese trayecto, es cuando  ocurre lo imprevisto: el rasgado de ese velo que la buena forma ofrece,  y que deja aparecer lo que mancha , lo que  quiebra, lo que  trocea la imagen fascinante. Su amigo, el crítico en el que confía le dice: “tu trabajo los ha destrozado”!-  En aquello en lo que  el pintor creía reflejar lo más real,  aparecía lo que hace mancha. El pintor, pinta lo que ve su mirada y no sabe. Eso que da a ver, lo sorprende a él mismo. Da a ver, como sucede en el cuadro que ofrece el pintor a la contemplación del espectador, su propia mirada. Punto desde donde mira lo que no está al alcance de su ver, su visión, siempre fascinada por la imagen que, a todos,  nos cautiva.

Por la vía fecunda de lo más propio de un pintor, el autor nos ofrece su debate entre  lo verdadero  y lo que lo vela, cosa que dice así” la omisión de lo real, como lo más apto para la representación”, donde ese “ real,” inamovible, siempre lo mismo, puede ser mucho menos valioso que “lo ficticio”.

Quizás el hecho de tratarse de un artista, hizo que mi primera impresión no fuera otra que encontrarme atrapada en las escenas que se multiplican, como en un cuadro velazquiano: ese hacer de  la obra que incluye,  y en la que se incluye el propio artista participando en la puesta en escena de lo que se da a ver.

Lo que  me parece notable en el cuento: es ese surgimiento de lo menos amable, ligado a un no saber, que solo lo sorprende cuando es nombrado por un otro, al que se le supone un saber. En ello, le devuelve lo que su mirada no ve, lo que no le impide dar a ver. El autor, H. James,  lleva este desnudamiento de lo real, desmenuzado, si puedo decirlo así,  en el cruce de las palabras pronunciadas,  por  cada uno de los personajes, y  que tocan lo más intimo hasta un borde.

Lo lleva,  hasta unos últimos bordes: los que lo muestran, al pintor  mismo, desdoblado, dividido en esa lucha con el rechazo a esa insoportable visión de la caída de sus propios ideales: va de la armonía real,  de la imagen de la pareja,  a lo real de la servidumbre en la que se ofrecen. Lo dice al final: “ no podía, era horrible verlos lavar los platos sucios!”

Me parece que ilustra este cuento muy bien la lucha entre el gusto por la novedad, por  lo imprevisto, por la variedad, y cierta fascinación por la repetición de lo mismo, como dice al  hablar de la dama, de “siempre lo mismo”, a la que él mismo, no puede escapar.

Sin demorarme más,  sólo añadir, ya que lo nombré, ese segundo teatro que nos enseña, por decirlo así. Como dije antes, el marco donde transcurre la escena, es una habitación “u n lugar, dice el autor, “donde se estudia como aprender a ver”. Sin salir de la habitación, nos pinta  con  muy pocos personajes, el modo en que se mueve una época, cómo funciona  esa sociedad de finales del siglo XIX.

En ese sentido, al final del cuento me pregunto: más allá y más acá de lo más propio de una sociedad y su época: ¿qué cambia en la relación entre los que “tienen” el poder y los que “no lo tienen?”, cuestión que está bien presente me parece en el relato. A nivel íntimo: es la dialéctica entre el amo y el esclavo, reproducida entre él artista y la pareja, él artista y su editores, él artista y el novelista famoso, él artista y sus modelos, etc. Dejo abierta la pregunta.
Gracias.


Mónica Unterberger

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