sábado, 5 de abril de 2014

De lo ideal a lo real. Comentario de Rosa López sobre Lo real, de Henry James

No es de extrañar que el cuento de Henry James titulado “Lo Real” haya dado lugar a innumerables comentarios e interpretaciones, pues en las pocas páginas que lo componen el autor ha conseguido condensar uno de los dramas más universales del ser humano: la relación entre lo ideal y lo real.

En el primer párrafo del texto se nos anuncian tanto el inicio de una experiencia como el desenlace de la misma. 

“Cuando la esposa del conserje, que solía contestar el timbre, anunció «Un caballero y una dama, señor», tuve, como me sucedía a menudo por esos días - el deseo es padre del pensamiento - la intuición inmediata de que debía tratarse de modelos. Modelos eran en este caso mis visitas, pero no en el sentido en que lo habría preferido.

Estamos frente a la intuición del protagonista del relato, el pintor, que como toda intuición no es sino la expresión de un deseo: el deseo, en este caso, de convertirse en un verdadero artista. Por eso prefería encontrarse con unos modelos que le sirvieran como vehículo de este deseo a conseguir nuevos clientes que le proporcionaran una ganancia económica.

Pero en el segundo párrafo se nos anticipa el final de la historia, pues nos dice que no fueron los modelos que él habría preferido.

El significante “modelo” vertebra toda la narración, a la vez que va cobrando distintas significaciones a lo largo de la misma. Notemos que en determinado momento el pintor nos transmite que la palabra “modelo” es fea y puede tener un carácter peyorativo.

Trataré de exponer las aportaciones que me ha proporcionado este relato para  explicar con más claridad algunos de los términos que utilizamos habitualmente en la práctica psicoanalítica y que, como suele ser habitual, cobran su máxima expresión en la capacidad que tienen los poetas para mostrar los secretos resortes de la subjetividad humana. 

Comencemos por preguntarnos ¿de qué eran modelos estas dos personas que llaman a la puerta de un pintor? De lo que es un caballero y una dama. Ellos constituyen la quintaesencia de una presencia varonil imponente y una distinción femenina inigualable. Al mismo tiempo, la unión de ambos representa el modelo más logrado de lo que debe ser la pareja hombre mujer. Un autentico matrimonio “comme il faut”. Respecto a las diferencias sexuales, el psicoanálisis descubre, desde sus inicios, que la relación entre los sexos no responde a ningún fundamento natural o instintivo. El hecho indiscutible de que habitamos en un mundo de palabras tiene como consecuencia la pérdida de ese conocimiento que por la vía de una transmisión genética determina la diferencia macho/hembra en las especies animales. Para los seres hablantes,hacerse hombre o mujer se convierte en un trabajo extremadamente complejo, pues nos faltan los rieles naturales y nos sobran las palabras. Podemos producir miles de combinaciones de significantes para tratar de cernir qué es lo masculino y es qué lo femenino, tantas más cuanto que ninguna es suficiente, pues resulta imposible la definición última e inequívoca de qué es ser hombre o ser mujer.Enfrentados a la falta de un conocimiento natural y a los embrollos del lenguaje, tendremos que conquistar una identidad sexuada masculina o femenina independientemente de nuestra genitalidad.

Pongamos el acento en el término “identidad”, porque nos da la clave de la pasta con que se construyen las diferencias sexuales y de la fragilidad que las caracteriza.Nos hacemos de uno u otro sexo por vía de las identificaciones a los modelos que nos vienen del Otro del discurso, pero no elegimos cualquier modelo sino aquellos que elevamos a la categoría del ideal. Como le dice el Sr Monarch al pintor, al descubrir que le ha sustituido por un nuevo modelo masculino: “¿Él es la idea que usted tiene de un caballero inglés?” Efectivamente, lo que está en juego son las ideas, o más precisamente los ideales con los que se fabrican los semblantes de lo que deberían ser los caballeros y las damas. Estos semblantes, en la medida que responden al registro de los ideales, son susceptibles de cambiar en el tiempo y en el espacio. El señor Monarch encarna el ideal de un caballero inglés del siglo XIX, así como su esposa representa el ideal femenino de esa época.La genialidad del autor consiste en crear un relato en el que se nos va mostrando el drama que subyace bajo cualquier ideal que trate de llevarse al extremo de su realización.
En la clínica tenemos ejemplos de los estragos que produce en algunos sujetos su intento desesperado de alcanzar el ideal a cualquier precio. La anorexia es, en muchas ocasiones, el resultado de un afán de perfeccionismo que no encuentra un límite que lo frene o que solo lo encuentra con la muerte.

El señor y la señora Monarch han apostado en la vida por encarnar, con su propio cuerpo, la imagen ideal más próxima a lo que se supone que sería valorado por la mirada del Otro. El Otro me ve en la forma que a mí me place ser visto, y  de está manera me aseguro un lugar en el mundo. Pero se trata de un lugar forzado que condena al sujeto a reducirse a la condición de un bello objeto petrificado, que adorna la escena para la mirada de todos. Ellos ofrecen su imagen para ser fotografiados o retratados, y el pintor se ve llevado sin darse cuenta a evaluar sus figuras como si se tratara de animales a la venta o de negros esclavos útiles. Vemos asomarse en este comentario la vertiente de la degradación, compañera inseparable de la idealización. Podríamos decir que toda imagen ideal encierra en sí misma un objeto abyecto, inmundo, execrable, y es a este objeto al que los psicoanalistas le daríamos un estatuto más cercano a lo real. El ideal cubre lo real, pero también señala su existencia. Ambos funcionan como una especie de banda de Moebius, en la que el sujeto pasa sin solución de continuidad de lo sublime a lo siniestro, de la belleza al horror, de lo amable a lo rechazable. Aviso para navegantes: no conviene encarnar la imagen ideal, pues su contrapartida es demoledora. Antes o después se producirá la coincidencia del significante ideal con ese objeto insoportable que es un indice de lo real. Pero no confundamos lo real al que se refiere el psicoanálisis con la noción de realidad.

Precisamente Jacques Lacan orientó toda su enseñanza hacia la distinción entre lo Real, lo Simbólico y lo Imaginario. La realidad, que siempre es subjetiva, se configura con elementos imaginarios y simbólicos que van tejiendo esa trama con la cual cada uno trata de dar un sentido a su existencia.  Por contra, lo Real es aquello que escapa a esta construcción, lo que de la existencia no se deja definir con las palabras o representar mediante las imágenes. Es ese resto de nuestro ser que desconocemos completamente y en el que, sobre todo, no podemos reconocernos. Lo más intimo y a la vez lo más extranjero: lo “éxtimo" (neologismo inventado por Lacan). El problema surge cuando se superponen el ideal y el objeto “éxtimo". Freud supo analizar este fenómeno en un texto titulado “Psicología de las masas y análisis del yo”, en el que demuestra que las masas se constituyen en el momento que se produce una conjunción entre un discurso de grandes ideales  y  un pequeño rasgo, sin sentido, que detenta aquel que lidera este discurso. El ejemplo que Lacan utiliza es el del movimiento nazi en el que el bigotito de Hitler se juntó con el ideal de grandeza de la nación alemana, dando lugar a un efecto de identificación masivo. Todos iguales al líder y todos iguales entre sí.

Cuando esto se produce, el ideal se transforma en esa figura obscena, cruel y sádica, a la que denominamos superyo. Y hemos de decir que todo ideal es susceptible de convertirse en un mandato del superyo que exige rendimientos imposibles mediante un funcionamiento circular imparable, pues cuanto más sacrificios se le entregan,s castiga y más reclama. El superyo, voraz e insaciable, se alimenta de los ideales hasta convertirlos en una tiranía bajo la cual el sujeto queda aplastado. Dicho de otro modo, el superyo tiene la facultad terrible de transformar los ideales benéficos en imperativos mortales. Por ejemplo, el ideal social de la felicidad, del disfrute o de la búsqueda de la satisfacción, nos puede volver locos cuando se transforma en un imperativo. Asimismo, cuando el ideal de la belleza y de la eterna juventud se convierte en un imperativo puede llevar al sujeto a su ruina (como en el relato de James), incluso a la muerte. En ese sentido, el mundo de la moda es uno de los sectores en los que la circularidad del superyo produce mayores estragos. Los modelos tienen que habitar en un medio donde las exigencias de perfección son llevadas al paroxismo. La imagen del cuerpo se convierte en un imperativo tan voraz que no hay suficiente delgadez, ni belleza, ni juventud, que pueda satisfacerlo. La voz del superyo sigue pidiendo todavía más: más delgadez, más impacto, más belleza, más perfección, produciendo el efecto espectral de un mundo convertido en imagen.

Pero volvamos al relato de Henry James, y al devenir de esta pareja ideal que, por circunstancias no del todo claras, ha caído en la ruina más absoluta y se ve obligada a utilizar el único capital que le resta: su imagen perfecta. Esa imagen les ha petrificado como estatuas inmóviles, y les condena a jugar siempre el mismo rol aunque su mundo haya cambiado. Nadie quiere contratarlos para trabajos menores, porque su aspecto produce en los otros prejuicios insuperables. Presos de esa cáscara bajo la cual no se atisba el sujeto, no consiguen servir para nada. Solo pueden representarse a sí mismos, y su falta de ductilidad les convierte en maniquíes sin alma, objetos emblemáticos (lo ideal) que poco a poco se transformarán en objetos execrables (lo real).El significante execrablessale de la boca  de Jack Hawley, el critico amigo del pintor quien, con una mirada fresca, analiza las ilustraciones para las que habían posado los Monarch, y le dice que con este trabajo se ha apartado de su meta artística dejándose llevar por las tipificaciones, que esas figuras eran completamente estúpidas, y que, en definitiva, se trataba de esa gente a la que es preciso poner en la puerta.

Al principio al pintor le divierte imaginar a esta pareja en todas las facetas de su vida, pues le resultaba extremadamente fácil hacerse una idea de su modo de vida, de sus gustos o sus gestos. No es que fueran superficiales, sino que sabían lo que había que hacer para guardar la compostura que se espera de un caballero y de una dama. Como si acaso esto fuera un asunto simple y natural. Más adelante lo divertido va dando lugar a un tremendo aburrimiento:“Me aburrían mucho; pero el mismo hecho de que me aburrieran me impedía sacrificarlos. Tengo de ellos la visión de su permanencia en mi estudio, sentados contra la pared en el viejo banco de terciopelo que luego iría la basura”. En esta frase se anuncia que el destino de los Monarch será muy similar al del banco de terciopelo, convertirse en objetos desechados por inservibles.

Efectivamente, los Monarch no servían a los fines del arte, porque lo fundamental no es que el modelo se adecue al ideal sino que transmita un punto de perversión, algo fuera de la norma que se acerque más al sujeto en su complejidad, que a la apariencia de la persona.

Solo en una ocasión la Sra Monarch dejó traslucir un rasgo que rompe fugazmente con el molde imaginario, precisamente cuando se ofreció a retocar el peinado de su rival, Miss Churm, quien la había desplazado definitivamente de su trabajo. En ese momento el pintor captó en ella una mirada que jamás podrá olvidar y que, esta vez sí, le hubiera gustado pintar.

Para captar la subjetividad, nos dice el pintor, es necesario omitir lo ideal. Esta aseveración se emparenta completamente con la que sostiene el psicoanálisis, y en ese sentido la práctica analítica defiende una orientación que entra en consonancia con el objetivo del arte. Ambos discursos tratan de ir más allá del campo de las representaciones imaginarias, de las apariencias y de los lugares comunes, hasta tocar esa extimidad de lo real que condiciona la vida humana.

El resorte fundamental de la experiencia analítica es mantener la distancia entre lo ideal y lo real. Para ello, el sujeto en análisis tendrá que atravesar las identificaciones idealizantes que le sitúan en el desconocimiento de sí mismo y de lo real que lo determina. De no ser así, el ideal y lo real se juntarán, y entonces el sujeto puede ser conducido, sin saberlo, hacia ese destino representado en este relato por el señor y la señora Monarch, quienes pasan de encarnar el ideal admirado por todos a convertirse en el objeto insoportable que nadie quiere tener a su lado.
Finalmente son dejados caer como un resto excluido de la sociedad.

Rosa López


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