miércoles, 14 de mayo de 2014

Mª José Martínez reseña el cuento de Bioy Casares, "En memoria de Paulina"

Que me ha dicho no sé quién 
que el amor no es solitario.
Juan Ramón Jimenez.

La historia contada en este relato nos habla de un hombre que se miraba constantemente en el espejo de su deseo, sin fijarse para nada en el deseo de los demás.

Siento muchísimo que este relato del gran Bioy Casares, premio Cervantes 1990, no me haya emocionado. A mí me gustó mucho en su día la escritura que mezclaba lo real con lo imaginario, como cuando nuestro querido Gabo mezcló los relatos realistas de su abuelo con los recuerdos fantásticos de su abuela, ya que aquello era una deliciosa fantasía que enriquecía la realidad, siempre pobre, de los pobres y anónimos protagonistas de aquellas novelas que en los años setenta empezamos a conocer. Hoy no puedo decir lo mismo de este relato de Bioy,

En este cuento tenemos varias imágenes que van a ilustrar claramente lo que se nos quiere decir. Así, la primera imagen es la del movimiento del arco sobre la materia del violín, que dará lugar a la música. La segunda es la contemplación estática de un jardín que iluminado con una cierta luz que acaba dando al protagonista la desagradable sensación de falso paraíso edulcorado, y la tercera nos describe la figura de un caballito levantado sobre las patas, símbolo inequívoco de masculinidad y pasión. Básicamente la idea que sustenta esta historia se resume así: sin movimiento no hay pasión y por tanto no hay ni música ni vida, y todo lo que se viva sin una cierta actividad dentro de lo real, nos llevará a ese paraíso edulcorado y absurdo. Y eso es lo que le ocurre al protagonista que piensa y vive atravesado de tal forma por lo simbólico, que lo real lo ha perdido totalmente, que sueña con su novia desde sus estáticos presupuestos imaginarios, sin que la palabra haya servido para organizarle mínimamente la vida y, desde luego, sin dar un paso adelante y ni siquiera hablar con ella de amor, “porque ellos vivían con el falso pudor juvenil”. Así las cosas, ella se va con otro hombre “diferente”, que por supuesto tiene vigor físico, mientras él no se entera de nada ni hace nada por impedirlo. Luego le dirá, al cabo de una semana, que la ve “cambiada, pero ni siquiera esto se lo cree demasiado.

Y ¿por qué actúa así? Pues porque él realmente no quiere saber. Él prefiere seguir en su goce imaginario que se sostiene en la falsa idea de una comunión de las almas, sólo almas, sin materia alguna, y así es como vive en un constante delirio. Tal vez no sabe que sin cuerpo real no hay música posible: ni música de almas, ni música de cuerpos y tal vez, al no sentir así el cuerpo, tampoco se da cuenta de su pobreza ni de sus defectos, sin intentar nunca ponerles remedio ni ir al fondo de la cuestión. Y ocurre que a él, tan estático y sumido en sí mismo, todo lo que va pasando y que podría ilustrarle acerca de los verdaderos deseos de su novia, que sí se ha movido, consigue traducirlo a su manera y encajarlo en su vida, para seguir pensando que nada va con él, que todo está en orden porque sencillamente él lo desea y lo siente así. Y ese es el problema, porque al sentirlo así, goza y ese goce que él asimila al amor, ese goce lo ilumina y pasa a formar parte de ese segundo real que él se ha creado. Quizá habría que tener en cuenta que no es fácil eliminar de la vida todas las palabras ni todo lo simbólico, para admitir que algo de lo simbólico pasa a formar parte de la propia persona dentro de su malestar.

Pero ciñéndome al relato, en él veo fundamentalmente dos cosas: un exceso de absurda imaginación en el protagonista, y una falta excesiva de realidad en todo su entorno. Sobre el protagonista se acumulan una serie de datos de anormalidad que parecen haberse sacado de un manual de patologías. Sobre su entorno decir que simplemente no encuentro en todo el relato a un amigo normal que actúe como testigo de su vida y que le diga claramente que está discurriendo mal, sino todo lo contrario, y creo que para eso le habría servido perfectamente ese portero que aparece al final como el hombre sencillo que le aclara cosas sobre la muerte de Paulina. El personaje creado por Bioy para ser su amigo, en cambio, lo hunde todavía más en la miseria de su propio delirio, como es colocar la mirada del otro en su propio espejo. Por eso es que la mezcla de realidad e imaginación, siendo muy novedosa y atrevida, me parece desproporcionada.

En este cuento se aprecian muchos excesos sombríos: veo un cuento tenebroso con un protagonista casi irreal, un cuento que no parece un cuento, sino un relato cargado de excesos donde lo que se alcanza es la locura. Evidentemente hay miles y miles de detalles que ilustran la teoría del relato sobre el protagonista, como pueden ser que el caballito del movimiento y la pasión está en la biblioteca y no en el dormitorio, que el protagonista necesita de una lluvia que lo limpie de algo de lo que él ya desconfía, de la existencia de una particular luz que parece confundirle, de que pasa por alto el prometedor beso de su novia, de la constante alusión a las almas sin nada de cuerpos, del temor a ver en el otro al diferente, no sea que ocurra algo malo, o de esa deformidad que se contempla desde el fondo del agua y, sobre todo, de esa locura reiterativa declarándose enamorado de Paulina aún sin motivo, hasta el dramático hecho de que solamente la toma de la mano cuando ella está muerta. Todas estas son claves valiosísimas para poder analizar la enfermedad mental del muchacho.

Hay dos aspectos del cuento en el que se ven alusiones a otros escritores. Me refiero a Valle Inclán y a Freud. En el caso de Valle, en su obra Luces de Bohemia de 1920, el protagonista se mira en varios espejos deformantes de la realidad. Pensemos en los espejos cóncavos, los que más ilustran la fuerza centrípeta de la contemplación de sí mismo, espejos absorbentes que deforman nuestra realidad. Así es en todo el relato y al final, la visión de su amada, ya muerta, se hace sobre “la mercurial penumbra del espejo”, para concluir, que lo que ha visto no es sino la proyección de la fantasía de su rival sobre su propio espejo, para llegar a la conclusión de que su novia nunca lo había amado. Creo que ahí contempla la proyección estrambótica de su propia locura cuando dice que “lo de ellos era verdad” y que “lo cierto es que Paulina lo había visitado”.

En cuanto a Freud quiero comentar una de las últimas frases del relato en la que el protagonista dice que “de esa lluvia final, el mundo entero surgiría como una pánica expresión de nuestro amor”. Él desea involucrar al mundo entero en su vida como conjunto pánico en el que se oyeran todos los sonidos del bosque. Pero pánico es también la respuesta exagerada a una amenaza, y no sé a cuál de estas cosas se referirá Bioy. También creo haber leído que Freud comenta como en el fragor de una batalla el rey pierde la cabeza y la tropa entra en “pánico”. Así pues, en esta acepción, el “pánico” parece consecuencia de una pérdida de cabeza o pérdida de lo racional, que es justo lo que no se encuentra en toda la descripción que el autor hace de la vida de su protagonista.

Y tras esta última vuelta de tuerca del relato, después de la imagen más que fantasmática del último espejo, porque hay muchas más, he de decir que no sé si me he dejado algo por el camino, que no sé si he entendido bien, pero que prefiero dejarlo aquí, ya que yo no sé verlo de otra manera ni puedo decir más.

Mª José Martínez Sánchez

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