viernes, 1 de agosto de 2014

James Joyce. 11-Julio-2014. Nora Barnacle. Ponencia de Carmen Bermúdez en el Ciclo de Enseñanzas Lengüajes III* celebrado en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis de Madrid

 Como ya hicimos en un trabajo previo Concha Miguélez y yo, voy a presentar una panorámica que tratará de ser esclarecedora en relación a la figura de Nora Barnacle y de los aspectos que permitieron que su relación con Joyce durase toda su vida. Voy a centrarme en una parte de la relación entre ellos, la relación epistolar mantenida al comienzo de su relación y, sobre todo, en los únicos períodos de su vida en los que se separaron, con motivo de los dos viajes realizados por Joyce a Dublín. Y tomaré algunos aspectos que, incluso, he ido planteando a lo largo de las intervenciones realizadas durante este curso de verano.

Referencias en Lacan

Como nos recordaba Concha, en la página 81 del Seminario 23, Lacan planteaba:

“¿Qué es esta relación de Joyce con Nora? Cosa curiosa, diré que es una relación sexual, aunque sostenga que no la hay. Pero es una extraña relación sexual... Para Joyce sólo hay una mujer (…) No solamente es preciso que le vaya como un guante, sino también que le ajuste [serre] como un guante. Ella no sirve [sert] absolutamente para nada”.

Lacan no vacila en afirmar que aquí, en el modo en que Joyce se enguanta con Nora, “hay relación sexual”, una singular complementariedad donde no habrá lugar para los hijos. Y lo expresa así en la página 82 del mismo seminario:

cada vez que se presenta un mocoso es un drama, no estaba previsto en el programa”.

En una de sus cartas le dice Joyce a Nora:

Déjame entrar en tu alma de almas y entonces seré, de verdad, el poeta de mi raza… Acógeme en el  oscuro santuario de tu matriz ¡Protégeme, querida, del mal!
Lacan plantea que para Joyce “sólo hay una mujer”. 

Y sigue diciendo:

Joyce sólo se enguanta con la más viva de las repugnancias, y es notable que sólo con la mayor de las depreciaciones hace de Nora la mujer elegida”.

Esa repugnancia remite al contenido de algunas de las cartas a las que me referiré. Nora tenía una posición singular respecto a la obra de Joyce: no le gustaba leer sus textos, o se refería a ellos de forma muy simple planteándole por qué no escribía libros normales para que la gente corriente pudiera entenderlos.

Ellmann, biógrafo de Joyce, comenta que éste afirmó:

La personalidad de Nora es tan especial que no logro que la mía pueda afectarla, está hecha completamente a prueba de mi”.

Para Godoy, uno de los autores de la compilación Elaboraciones lacanianas de la psicosis,  por esa desafectación misma, Nora se constituyó en una tenaz partenaire-sinthome que sostuvo con eficacia el anudamiento de Joyce.

El encuentro entre Nora y Jim

Nora había llegado a Dublín con 20 años, sin conocer a nadie, procedente de Galway. Se había ido sin despedirse tras una paliza que le había dado su tío y tras varias pérdidas amorosas importantes en su vida.

El 10 de junio de 1904 Joyce la vio y la abordó. Su porte y su cabellera rojiza le llamaron la atención, así como su voz y su nombre, tan ibseniano. Nora le contó a su hermana que Joyce le había parecido un chico extraño, serio, de aire muy infantil y que le había recordado a uno de sus novios que había muerto. Se sentía sola en Dublín y no estaba hecha para la soledad. Era frecuente que su buen humor se trocase en accesos de melancolía o extrañas afecciones y dolencias. A veces era objeto de inoportunas atenciones por parte de los hombres, pero cuando se cruzó con Joyce, educado, bien hablado, simpático y nada amenazador, aceptó su invitación y se avino a salir una noche con él. Pero Nora no pudo acudir a la cita y Joyce, que la estuvo esperando, en lugar de dirigirse al hotel le escribió una carta, la primera, (pg. 67)*, en que hace referencia a su cabellera y en la que la convoca a otra cita que se deduce que se produjo el 16 de junio, fecha a la que hace referencia en el Ulises.

Las cartas **

Así comienza esta comunicación a través de las cartas. A veces se escribían varias veces al día, dado que había varios repartos de correo a lo largo de la jornada. Ana Meyer en su artículo Nora, una voz que hizo acto de escritura, dice que Joyce cortejaba a Nora con las palabras y exigía otro tanto de ella. Su deseo fue “escribirlo todo”, dejarlo registrado en la letra. Las fantasías, con preponderancia de las de adulterio, producían en él la excitación necesaria para poder escribir.

La primera de las cartas de Joyce a Nora está fechada el 15 de junio de 1904 y la última el 13 de junio de 1920. Reflejan un diálogo amoroso poco común, con el objetivo de lograr satisfacción sexual e inspirarla en Nora.

La lectura que Joyce hace de la escritura Nora es reciclada en su propia escritura. A su vez Nora, al escribir sin puntos ni comas, le hace entrega de esa deficiencia lingüística que él reacomoda en su beneficio. Esto se puede escuchar claramente en el monólogo de Molly Bloom, que pudimos ver en las películas proyectadas durante el curso, Ulises y Bloom.La constante joyceana bascula entre la pasión y el odio, algo que Lacan parafraseó como:

“… a letter, a litter, una carta, una basura”.

Hay dos periodos en los que Joyce le escribe a Nora casi a diario y en alguna ocasión dos veces por día. Estos son los que coinciden con los dos viajes que realiza a Dublín. En el primero va acompañado de su hijo Giorgio y trascurre desde finales de julio al 9 de septiembre de 1909. El segundo viaje lo realiza solo y está en Dublín desde el 18 de octubre  hasta finales de diciembre de 1909.

Las del primer periodo comienzan con un ataque de celos de Joyce, ataque basado en un comentario acerca de un supuesto escarceo de Nora con un amigo suyo en el momento en que se conocieron y con las posteriores peticiones de perdón por su desconfianza y su declaración de amor. A estas primeras cartas Nora no le contesta. Luego van apareciendo algunas primeras insinuaciones de tipo obsceno. Y llama la atención como va solapando denominaciones acerca de Nora como “santa, ángel” junto con otras como “pícara”.

En el periodo que estuvo Joyce en Trieste reanudaron sus relaciones sexuales, y Joyce fue descubriendo un insólito placer en todo lo relacionado con los excrementos. Nora aceptó la extravagancia de Joyce y supo manipularla para protección y satisfacción propia. Le proporcionó un dominio sobre él que, en cierto modo, compensó el poder que ejercía sobre ella. En la carta del 13 de diciembre se le declara totalmente rendido:

Nunca (con la palabra subrayada cuatro veces) volveré a dejarte

Es en el segundo viaje cuando ya escribe las cartas más obscenas, algunas girando fundamentalmente en relación a la temática escatológica.

De las cartas que Nora escribe a Joyce disponemos, solamente, de algunas de la primera época. Las escribe sin puntos ni comas, a excepción de la que se dice que copió de un libro. Las que escribió en aquellas semanas tan intensas que Joyce pasó en Dublín, nunca han salido a la luz. Sin embargo, Joyce reproduce tan fielmente las palabras de Nora en las cartas que de él se han publicado, que no es difícil reconstruirlas. Se iniciaron con la franca declaración por parte de ella, a finales de noviembre de 1909, de que “ansiaba follar con él” (pg. 200).

Durante el primer viaje a Irlanda, en la carta del 22 de agosto, Joyce le pide a Nora que le escriba una carta, que él no se atreve a ser el primero en escribir, dice: “Una carta para los ojos solo”. Respecto a esto Brenda Maddox dice:

A juzgar por la correspondencia posterior de Joyce, Nora satisfizo su deseo. Lo habría entendido. Aproximadamente en el mismo momento en que Joyce llegaba a Galway (….) Nora, en Trieste, también se sentaba a la mesa, seguramente después de acostar a su hijita, cogía la pluma y escribía a Joyce una carta obscena” (pg. 189)

Y agrega:

Es posible hacerse una idea de la carta de Nora a través de la carta de Joyce del 31 de agosto de 1909, en la que éste reconoce que ella ha demostrado comprender la necesidad que él tenía de ver por escrito palabras gruesas, pese a que le disgustaba oírlas de viva voz; a través de la carta del 2 de septiembre, donde él se permite, por primera vez, referencias sexuales explícitas y de la del 3 de diciembre, en la que reconoce que Nora lleva el timón en la correspondencia obscena”. (pg. 729)

Sigue diciendo la biógrafa de Nora:

En la carta del 20 de diciembre, Joyce dio rienda suelta a sus fantasías anales más floridas (…) Aquella misma carta que registraba su orgasmo, marcó también el momento crucial de su correspondencia. A partir de ese momento Joyce emergió a la superficie de sus cartas y en esa superficie comenzaron a flotar imágenes idealizadas de la familia y del hogar (…) Las cartas sucias habían terminado para siempre, y Nora y Joyce ya no volvieron más a aquél género de correspondencia” (pg. 205)

Hipótesis a partir de las anteriores intervenciones

Miguel Ángel Alonso, en su intervención acerca de Dublineses, hablaba del significante “parálisis”. Esto me hizo pensar en algo que encontró Joyce en Nora, su decisión, su acto, una especie de antídoto frente a la parálisis. También se ha hablado de la importancia que para Joyce tenía la mirada y la voz como objetos pulsionales. Creo que en el encuentro con Nora le atrapa su voz y su pelo rojizo, del que luego habla en las cartas en varias ocasiones.

Carmen Bermúdez

Notas
* Esta referencia a la paginación y las siguientes se encuentra en la biografía acerca de Nora, de Brenda Maddox.
** Las cartas de Joyce a Nora están recopiladas por Ellman en el volumen al que se hace referencia en la bibliografía.
Bibliografía
Ellmann, R., Cartas escogidas. James Joyce. Vol. I. Ed. Lumen, Barcelona, 1982.
Ellmann, R., James Joyce, Anagrama, Barcelona, 2002.
Lacan, J., Seminario XXIII: El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006.
Maddox, B., Nora, Plaza & Janés Editores, S.A. Barcelona, 2001.
Meyer, A., Nora, una voz que hizo escritura, Jornadas de la EOL sobre sexualidad.

Schejtman, F. (compilador), Elaboraciones lacanianas sobre la psicosis, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2012.

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