jueves, 11 de septiembre de 2014

Gustavo Dessal comenta el relato de Heinrich Böll No sólo en Navidad en la tertulia 54

El cuento que hoy nos ocupa me trajo a la memoria uno de Cortázar, titulado La salud de los enfermos, que tiene una semejanza con el de Heinrich Böll en cuanto a la complicidad familiar. Muere un hijo, y el conjunto de la familia se pone de acuerdo para no contar la verdad a la madre, manteniendo una ficción que dura mucho tiempo, de tal manera que vemos como ese esfuerzo por mantener la farsa va llevando a una suerte de catástrofe familiar. 

Respecto al relato No solo en navidad, me limitaré a señalar algunos puntos que considero interesantes sobre la manera en que  Böll construye su mensaje, y nos lo hace llegar a través de frases tan "inocentes". 

Hay una frase escrita algo más adelante de la que señaló Zacarías. Él destacó el significante “desastre”. A mí me impactó una frase que tiene una potencia muy evocadora: 


Parece que hubiese sido fácil evitar que ocurriera la catástrofe”. 

Es decir, de la palabra “desastre” pasamos a la “catástrofe”, que ya es un paso más. Y una línea después dice: 

Deberíamos  habernos dado cuenta de que había algo que no marchaba bien”. 

Lo interesante es cómo va añadiendo ciertos significantes a estas frases que, evidentemente, podrían aplicarse a muchas cosas distintas. En psicoanálisis existe lo que llamamos un significante amo, es decir, un término, una palabra, que en el discurso (abierto a la multiplicidad de sentidos), en algún momento permite  revelar un sentido oculto. Después de las dos frases que acabo de mencionar, aparece es palabra terrible, que los alemanes extrajeron de su tradición poética y que la retorcieron hasta convertirla en el significante mayor del espíritu de esa época. Me refiero a la palabra “patria”: 

El adorno del árbol de Navidad, debilidad inofensiva aunque curiosa, está muy extendida en nuestra patria”. 

Al presentarse estas tres frases de entrada, me parece que el autor señala una dirección unívoca en cuanto a la lectura. “Patria”, en la lengua alemana se dice Heimat, que literalmente significa algo así como “el sitio del hogar”. Y en la palabra Heimat está, justamente, el hogar, lo íntimo, y deriva en un adjetivo que es "heimlich", que quiere decir lo cálido, lo propio, lo que nos envuelve en lo conocido. Y, por supuesto, esa misma raíz Heim, que en definitiva es el Home inglés, la encontramos en el adjetivo "unheimlich", que significa "siniestro". No voy a abundar en esto porque Luis Seguí lo señaló muy bien en su intervención. Freud, en su ensayo Lo siniestro, mostró una forma singular de revelación de algo íntimo que debería haber permanecido oculto. Y precisamente, desde esta perspectiva, que no excluye otras lecturas posibles, podemos encarar el relato como la transformación de algo íntimo y familiar en una manifestación de lo siniestro. 

Hay una ironía finísima con la que Böll marca el relato, ustedes lo han señalado, pero voy a avanzar un poco más en la frase: 

Aunque corro el riesgo de hacerme antipático, tengo que mencionar un hecho, y mi única defensa es su evidencia. Durante los años 1939 y 1945 estuvimos en guerra”. 

Y ahora quiero señalar la frase que realmente me ha impactado por la finura y la manera de construir el texto. Dice: 

En la guerra se canta, se pegan tiros, se habla, se lucha, se pasa hambre y se muere, y se echan bombas. En fin, pasan cosas poco agradables con cuya relación no quiero fastidiar a quienes las vivieron”. 

Tomo esto como un ejemplo de la manera en que trabaja el escritor y la estrategia literaria que emplea. En lugar de tomar el cuento en su totalidad, tomo ejemplos para señalar por qué este autor no es un autor más, sino  un verdadero genio. Es interesante que diga que “En la guerra se canta, se pegan tiros, se habla, se lucha, se pasa hambre y se muere”. Fíjense con qué sencillez se hace un repaso de lo que es una guerra. Pero lo interesante es que cuando uno piensa en la guerra, lo primero que se le viene a la cabeza son los tiros. Pero él empieza por decir que en la guerra “se canta”. Una estrategia extraordinaria que muestra, verdaderamente, la increíble profundidad metafísica de este autor. Porque los tiros no surgen de manera espontánea, no brotan de la nada, sino que necesitan de un discurso que los argumente, que los fundamente y justifique. Los tiros no son la expresión de una barbarie, de un odio y una furia primitiva, sino que proceden del canto. Y eso es lo que el cuento recuerda con una insistencia intencional: el canto es la quintaesencia de lo más sublime del alma alemana. Sabemos que para Freud, entre lo sublime y lo execrable hay una barrera tan delgada que uno no se puede asombrar de que la fraternidad encierre, al mismo tiempo, una invocación a la maldad más abyecta. 

Comparto la visión de que la tía encarna el espíritu ciego de toda una nación. No sólo no quiere saber nada, sino que representa el no saber en su pureza más absoluta. Dice en una frase: 

Se hizo todo lo posible para que no se viera el cruel espectáculo de la destrucción” 

Voy a tomar otro ejemplo de cómo Böll construye su ironía. Dice: 

Mi tía Mila empezó de nuevo con la historia del árbol de Navidad. Esto era inofensivo. Incluso la terquedad con que se empeñó que todo fuera como antes, sólo hizo que sonriéramos” 

Esta exhortación a “que todo fuera como antes”, es una manera extraordinariamente satírica, diría muy sutil y desapercibida, que el autor introduce para nombrar la ideología de la tragedia, de la ideología alemana, que era la ideología del retorno, del regreso a la esencia, uno de los ingredientes fundamentales de ese caldo de podredumbre que millones de seres bebieron con una avidez fanática. Por supuesto, tenemos otro ingrediente indispensable, el de la complicidad, sobre todo la complicidad familiar. Hay una primera fase de duda, pero luego todos acaban por consentir. Esa Navidad de pesadilla no habría sido posible sin una complicidad, y el concurso de una serie de elementos que forman un engranaje perfecto, ese rasgo sobresaliente del espíritu alemán que es la eficiencia. 

Voy a evocar ahora la página donde vemos cómo todo esto se va organizando y "profesionalizando", como lo dice el propio autor: 

Mi primo Johannes, que es un hombre lleno de iniciativas y que tiene excelentes relaciones en todos los ambientes comerciales, descubrió la sociedad Suderbaum, que se dedica al negocio de la de árboles de Navidad, una actividad muy remuneradora, y que gracias a los nervios de mis parientes ha obtenido grandes beneficios. Pasado medio año se concertó un contrato con la compañía Suderbaum con un descuento importante, y se comprometió a hacer que su experto en abetos, el doctor Alfast, estudiara exactamente el caso para que tres días antes de que el abeto viejo resultara inservible, llegara el nuevo y pudiera estar preparado a tiempo. Además, se guardaba en la bodega una provisión de dos docenas de enanos y tres ángeles. Una cuestión que aún no se ha resuelto es el problema de los dulces”. 

Me parece una condensación extraordinaria de lo que llegó a ser la monstruosa maquinaria que hoy resurge con formas más elegantes. Por supuesto, todo eso al servicio de una causa suprema, hacer que todo aquello parezca "normal", que es la palabra más utilizada por la mayoría de los alemanes. Tras el fin de la guerra se les entrevistó y se les interrogó acerca de lo sucedido, y las respuestas revelaron dos cosas fundamentales. La primera, que el noventa por ciento decía “no sabíamos”, y la segunda, es el modo en que todo aquello acabó por introyectarse como normal. 

Podría extenderme en muchos otros ejemplos, pero les voy a traer un pequeño regalo que quiero leer, un regalo del propio Heinrich Böll. Me refiero a la carta que le escribió al párroco Von Meyenn, director de la Central Radiofónica de la Iglesia. Von Meyenn le había reprochado que el relato No solo en Navidad era una crítica fría, despiadada, poco constructiva y desconectada de la realidad del ser humano. Y es así como Böll le responde: 

Carta abierta al párroco Von Meyenn (1953)*

Estimado señor párroco Von Meyenn

Permítame agradecerle en primer lugar su amable crítica, escrita desde una profunda preocupación por mi cuento No sólo en Navidad (editado por “studio Frankfurt” de la Frrankfurter Verlagsanstalt) y publicada en el Servicio de Prensa Evangélica (edp) en forma de una carta abierta dirigida a mí.
Usted escribe primero que yo sucumbí a la tentación de olvidar la realidad del ser humano en aras de una verdad abstracta; pocas líneas después, empero, prosigue: “Usted ha escrito una mordaz sátira a la época contemporánea dentro de los límites de una crítica responsable a nuestra cultura. Estaba usted en su derecho. Y también la forma elegida era legítima. En consecuencia, usted no sólo estaba en su derecho, sino que también tenía toda la razón.”
Le ruego que me perdone, pero creo ver aquí una contradicción. En el fondo usted dice que mi sátira es satírica, abstracta; me concede el derecho de escribirla, pero objeta a la vez que—según las leyes de la sátira—es abstracta. Ahora bien, su objeción de que he olvidado “la realidad del ser humano en aras de una verdad abstracta” se adentra en el campo filosófico y teológico; y pese a que no soy filósofo ni teólogo, sino un escritor para quien el arte no lo es todo, creo que en filosofía y teología es necesario elucidar las cosas en lo abstracto antes de evaluarlas “en aras de la realidad del ser humano”. Y como escritor, reivindico para mí el derecho de decir las cosas desde un punto de vista abstracto, al igual que deseo que los pintores, escultores y compositores sigan conservando el derecho de decir las cosas de forma abstracta.
Como escritor debo ofrecer, en la medida de lo posible, la verdad abstracta en una forma pura; no puedo darme por satisfecho con productos mezclados. A mi juicio, una verdad es una verdad, válida tanto en los seminarios como para todos aquellos que tienen oídos para oír.
Desde luego, para mí no se trataba de describir el caso clínico de la “tía Mila”, ni de difamar el mensaje cristiano de la Navidad; al contrario: Mi propósito era dilucidar ese insoportable bullicio que gira en torno de la Navidad, opuesto a cualquier sentimiento humano y sólo existente en función del lucro. Con el sentimiento alemán se pueden hacer excelentes negocios; y quien se pasea por las calles de una gran ciudad en la época del adviento, realmente puede llegar a sentir angustia: Recomendaría poner sobre la boca de esos angelitos que ofrecen zapatos, jabón y chocolate una pancarta con las palabras del gran cristiano que fue Chesterton: “la publicidad es el pordiosero de los ricos. Comprad tal y tal cosa quiere decir: dadme más dinero, dadme mucho más dinero de lo que tengo” ¡Imagínese, señor párroco, un adviento sin publicidad! De hecho, sería como la aparición de la paz en las calles de nuestras ciudades.
Por otra parte, debo expresar mi más decidida oposición a todo cuanto usted escribe sobre el cumpleaños de Stalin y los alemanes en la zona oriental. Y me opongo con mayor decisión cuanto que percibo en toda su carta un sentimiento de sinceridad y de seria preocupación. En efecto, siento angustia cuando leo “que el árbol de Navidad alemana con sus canciones navideñas” es al otro lado un asunto de vida o muerte y que, por consiguiente, resulta sospechoso, si no arriesgado, escribir una sátira contra las costumbres navideñas alemanas. Casi todos los alemanes que vienen del otro lado huyendo de la inhumanidad reinante consideran extraordinaria la libertad en la República Federal, pero muchos se encuentran también aterrorizados ante la asquerosa prosperidad que reina aquí. Siento angustia cuando oigo o leo las palabras “el sentimiento alemán” pues no puedo dejar de imaginarme a aquel hombre sensible que amaba a sus hijos, les regalaba chocolate y era capar de experimentar compasión por los animales que sufren, pero a quien todo ese sentimiento no le impedía cumplir con su deber en un campo de concentración, de una forma incondicional y con esa brutalidad que tan cercana estaba a su sensibilidad; un deber que consistía en asesinar a seres humanos porque así lo ordenaba la ley. Sin duda, estimado señor párroco, es usted consciente de estos peligros cuyo fundamento es el parentesco entre el sentimentalismo y la brutalidad, pues ambas son formas de manifestación del corazón sensiblero. Y para volver a los alemanes de la zona oriental, le puede asegurar lo siguiente (incluso estoy dispuesto a darle nombres: poco antes de Navidad vinieron a visitarme dos refugiados del otro lado a quienes regalé –sabiendo muy bien lo que hacía—mi cuento No sólo en Navidad, como obsequio de despedida; algunos días más tarde recibí de ellos una carta en la que me confesaban, por un lado, la fuete impresión que les había producido el cuento; y me señalaban, a la vez, que su familia no había cantado la canción Noche de paz desde 1945. Este hecho extraordinario, el hecho de que, precisamente al otro lado, una familia no haya cantado esta canción desde 1945 me fortaleció, justo cuando comenzaba a sentir temor ante la emisión de la radio NWDR, prevista para fin de año.
El coraje de los señores del la NWDR al permitir la lectura de este cuento el 30 de diciembre me pareció francamente admirable. No sé si yo mismo –el escritor—hubiera tenido el coraje de hacerlo, pero no creo que pueda ser perjudicial conmocionar un poco esa autosuficiencia restaurada de nuestra Alemania Occidental


Atentamente, su Heinrich Böll

* Heinrich Böll: "Más allá de la literatura". Editorial Bruguera, Barcelona, 1986

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