jueves, 11 de septiembre de 2014

Miguel Alonso comenta el relato No solo en Navidad, de Heinrich Böll


Sobre este impresionante cuento de Heinrich Böll leí comentarios que hacían referencia a las carcajadas que suscita. No cabe duda de que la situación y la historia tienen su vertiente jocosa a la que uno no se puede sustraer. Pero, conociendo al autor, no creo que debamos demorarnos demasiado en su comicidad, sino decantarnos por la potencia de la locura que contiene, pues es mucha la tristeza que puede encerrar tanta risa. Yo diría que, si nos paramos a pensar, la carcajada se nos puede quedar congelada.

No solo en navidad parece un relato marcado por el desastre, el sufrimiento, la tragedia y la quiebra emocional y moral relacionada con aquello que los alemanes no pueden olvidar, y que la humanidad no debiera olvidar: la devastación que causó la Segunda Guerra Mundial. La tía Milla parece defenderse del olvido y de la disolución de un ideal humano de bondad y paz. Desde la locura, desde la repetición extenuante, evoca un ritual de paz y hermandad que, si alguna vez tuvo sentido, si alguna vez pareció cargado de humanidad, ahora se muestra vacío, escenificado en un teatro de títeres que repiten doblemente, y maquinalmente, la palabra paz: “Paz, paz”.

¿Qué puede significar el uso insistente y extemporáneo de un ceremonial religioso como la Navidad para ilustrar la caída de un linaje? Hay que decir que ya no se trata de la Navidad, sino de una repetición por fuera de la conmemoración religiosa. Al respecto, dice Böll en una carta a su novia fechada el 17-Junio-1941:

Cualquier monotonía, si no es litúrgica o sacramental, es asesina, mata la fantasía: porque se necesita tanta fuerza para defenderse de ella, que a la fantasía no le queda ninguna fuerza para ejercitarse; tan sólo se puede custodiarla y esperar que no muera del todo... A veces me siento completamente desesperanzado ante esta eterna uniformidad… A veces me siento desconsolado y desesperanzado delante de esta montaña inmensa de monotonía, de eterna y terrible uniformidad
  
¿No consuena esta reflexión de Böll con el cuento que nos ocupa? ¿No se están defendiendo todos los familiares de la tía Milla de una monotonía, ya no litúrgica o sacramental, sino asesina? ¿No quedó muerta para siempre la fantasía de un mundo pacífico, escrita en la ficción navideña? ¿Puede volverse a ejercer esa ficción navideña de paz y hermandad, o tiene el mismo valor, después de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial? Tristemente, ¿no es más verdadera la desesperanza, el escepticismo acerca de la bondad de lo humano, que la posición de aquellos pobres inocentes, como la tía Milla, que siguen ejerciendo esos ideales y, por supuesto, que la posición de tantos otros que no quieren saber nada del mal que anida en lo humano y que tuercen la mirada para no ver?

Creo que No solo en Navidad es una parábola cargada con una mordacidad que apunta hacia aquellos que encarnan el mal, hacia la devastación que ese mal produce y hacia el intento de borrar, con el olvido, la historia de esa devastación. Y somos guiados hacia esos lugares, velados en el cuento, a través de unas frases que están escritas en el comienzo del relato. Porque esas frases, plagadas de disculpas e ironía, en realidad están mostrando la irritación de alguien que no puede quitar los ojos del desastre que produjo la guerra:   

Corro el riesgo de hacerme antipático”, “quiero evitar el peligro de hacerme antipático”, “tengo que mencionar un hecho… mi única defensa es su evidencia”, “cosas poco agradables… no quiero fastidiar a quienes las vivieron”, “las recuerdo porque la guerra influyó en la historia que voy a contar” “la bandera de peligro me impide hablar de otras víctimas” (P. 2) Y termino con una frase final en la que habla de su pensamiento “estamos encarcelados por la vida”.

Estas frases señalan el empeño decidido de Heinrich Böll por contar la Historia. Escriben el tesón de una posición ética. Dice que corre el riesgo de hacerse antipático, al respecto podríamos preguntarnos: ¿qué riesgo puede haber en contar una locura bastante convencional como la de la tía Milla? Sólo puedo concretar un riesgo si pienso la historia como una parábola acerca de algo más comprometido. En realidad, toda esa “antipatía”, ese “correr riesgos”, ese “fastidiar”, harían alusión a la denominación peyorativa de “escritura de los escombros” vertida por “las máquinas de opinión” contra aquellos escritores, entre los que se encontraba Heinrich Böll, que contaban los desastres producidos por la Gran Guerra.  

Los primeros ensayos literarios hechos por nuestra generación a partir de 1945 han sido calificados como literatura de los escombros, intentando de ese modo descalificarla. No nos hemos defendido contra esa denominación porque era la correcta: efectivamente, los seres humanos acerca de los cuales escribíamos, vivían entre escombros, salían de la guerra, hombres y mujeres heridos en la misma medida, los niños también”. (Heinrich Böll. Profesión de fe en la literatura de los escombros, 1952)

Böll dice que sí, que su literatura es la de los escombros que dejó la guerra. Y la familia de la tía Milla escenifica un cuento sobre los escombros. Escombro es, por ejemplo, la maquinal e irónica “paz, paz” pronunciada doblemente por el títere colocado en el arbolito de Navidad. Escombros son los sátiros y obscenos actores escenificando una impostura de lo humano. Escombros son esos dulces duros o diluidos hechos para la fantasía, no para la monotonía. Escombro es la diáspora familiar provocada por la ruptura de los lazos simbólicos fundamentales. Esos son los escombros de la guerra. 

En su artículo ¿Somos culpables?, expresa Böll el contraste entre la posición ética de la Literatura de los escombros y la de aquellos aliados de la pulsión de muerte que lanzan ese improperio, esa afrenta, esa nominación peyorativa. Dice allí Heinrich Böll:    

No confiemos en la paz: las máquinas forjadoras de opinión están ahí, todavía ofrecen sólo cosas inocentes, fraguan prejuicios que es verdad que se agotan en lo comercial pero ya se graban en nuestro cerebro. Se necesita una fuerza tremenda para resguardar el pensamiento y la capacidad de recordar frente al poder de estas máquinas de opinión. Podría llegar un día en que no fuera más políticamente oportuno dar a los crímenes del pasado el nombre que les corresponde: recién entonces podremos demostrar cuánto significa para nosotros la libertad”.

También podemos pensar el cuento como disolución de las ficciones que construye la humanidad. Vemos que los rituales humanos, y hasta los delirios, son ficciones que cumplen la función de anclaje y construcción de lazos sociales. Las “máquinas de opinión”, tantas veces representantes del mal, diluyen esas ficciones destapando el agujero del abismo para dar pábulo al absolutismo de la pulsión de muerte, o para propiciar el olvido de la historia.

Estamos encarcelados por la vida” dice en el final del cuento. Quizá la locura en que vive la familia de la tía Milla simbolice la condena de los humanos, representando al Sísifo que ha de cargar con la culpa correspondiente a no haber sabido conservar la palabra, no haber sabido conservar la ficción, no haber entendido su fragilidad y la de los rituales con los que construimos el mundo para sostenernos dignamente en la existencia. Y, por supuesto, carga con las consecuencias de que no entendamos el mal que anida en lo humano.

Si ya en los momentos inmediatamente posteriores a la Gran Guerra, las máquinas forjadoras de opinión denominaban a Heinrich Böll como uno de los paradigmas de la Literatura de los escombros, eso quiere decir que la pulsión de muerte no duerme ni siquiera en los momentos inmediatos a la tragedia. Si no hacemos caso a eso, efectivamente, estamos encarcelados, o lo que es lo mismo, condenados a repetir la historia y convertirnos en escombros.

Me estremezco sólo de pensar los lugares de intersección que este cuento me sugiere en relación con el mundo actual. En verdad, la carcajada se me congela. 

Miguel Ángel Alonso 

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