lunes, 28 de septiembre de 2015

Homenaje a Alberto Estévez. Intervención de Sergio Larriera

¿Por qué participo en este homenaje, en el que tan sentidos testimonios he escuchado, tejidos en años de trabajo juntos, de profunda amistad, de cálidos momentos compartidos entre Alberto Estévez y quienes me han precedido en el uso de la palabra?
En efecto, lo que me unía a Alberto no era una amistad en el noble sentido en que hoy se la expresa, ni siquiera era el resultado de una más o menos prolongada colaboración en alguna tarea de la Escuela. Nuestras coincidencias escasearon, fueron cruces esporádicos en los que jamás intercambiamos una sola palabra íntima. Sin embargo, desde el primer día, cuando lo escuché en Liter-a-tulia, en una de las pocas ocasiones en que pude asistir, sentí por Alberto una firme simpatía, no frontal ni alborozada, sino un sentimiento que definiría como una simpatía en escorzo. Me impresionaron su puesta en escena, el modo en que el cuerpo sostenía su voz, la manera en que las palabras, siempre atinadas, se apropiaban de esa sonoridad privilegiada. Pero especialmente quiero destacar su calidad de lector. Sus méritos como tal quedaron puestos de relieve el día en que, por decisión de la Biblioteca de la Sede, compartimos la presentación de un libro que yo había leído y propuesto para ser presentado. El mismo relató en la presentación que cuando le encomendaron esa tarea, desconocía el libro en cuestión. Pues bien, el rigor de su lectura fue asombroso, realizando una prolija disección del texto, complejo como pocos por ser un libro sobre la concepción lacaniana de la psicosis.
Con estos antecedentes, no vacilé en invitarlo para realizar la apertura del ciclo que anualmente dirijo, Lengüajes, en el cual también participaron, por Liter-a-tulia, Gustavo Dessal y Miguel Alonso. Fue el 1 de julio de 2014. Supuso para Alberto un enorme esfuerzo, pues se encontraba físicamente agotado, hasta el punto que fue su última intervención en público. Aquella fue una lección magistral de entereza y de voluntad de vivir, una apasionada muestra de su vocación de transmitir. Destacaré sus palabras referidas a su posición de lector, entresacadas de su intervención sobre el relato de Joyce, Los Muertos. Comparó dos lecturas del mismo relato. La que había realizado para Liter-a-tulía hacía más de tres años, a fines de 2011, y la lectura efectuada a propósito de esa intervención, digamos su lectura actual. En apariencia, el mismo lector del mismo texto. Pero sólo “cuando el peso de la vida hace desaparecer todo rastro de pasión, de deseo en el sujeto”, cuando el sujeto alcanza una linealidad tal que le asegure ser el mismo “hasta el fin de sus días”, solamente entonces habrá eliminado cualquier posibilidad de encuentro, de sorpresa, haciendo del relato una idéntica sucesión de puntos y comas. Alberto, utilizando la gris vida afectiva de Gabriel Conroy, caracterizó para nosotros al lector incapaz de producir una mera puntuación en sucesivas lecturas. Por eso, si en la primera vez Alberto había experimentado la sensación de estar leyendo dos relatos separados por el corte de Gretta en la escalera, pudo decirnos: “lo que en esta nueva ocasión de leer el relato se me produjo no tiene nada que ver con aquello; hoy no veo dos relatos por ningún sitio, y me atrevo a decirles que me paso al bando opuesto, el relato me parece tan compacto, me resulta de una compacidad tal que incluso aquello que di en llamar “corte” no tiene el mismo valor para mí”.
Los invito a que lean comparativamente estas dos intervenciones de Alberto Estévez, separadas por más de tres años, en esa cuidada recopilación de sus textos que nos entregó Miguel Alonso. Yo he hecho de los mismos una mínima utilización para exaltar sus dones de lector.
Deseo cerrar este homenaje insistiendo en su última lección, la que nos brindó en  un final en el cual las pulsaciones no se entregaron a la ceremonia canibalística de la devoración del cuerpo, sino que infundieron vida en un espíritu inquebrantable en su ardor psicoanalítico por la literatura y en su pasión literaria por el psicoanálisis.
Sergio Larriera


No hay comentarios: