sábado, 19 de marzo de 2016

Tertulia 69. La perla, de Mishima. Comentario de Miguel Alonso

En la reunión anterior se hacía referencia al criterio que teníamos a la hora de elegir una obra para la tertulia. La de hoy, La perla de Mishima, es un buen ejemplo para señalar ese criterio. La potencia y amplitud del pensamiento que contenga es uno de los fundamentos para la selección de una lectura, y tengo la impresión de que este relato tiene amplitud de pensamiento a raudales. Si bien hay joyas literarias universales caracterizadas por su estilo, por su belleza, por el uso que puedan hacer del lenguaje, etc., sin embargo su pensamiento, a pesar de ser potente, es muy conciso, preciso y concreto, de manera que correríamos el peligro de agotar una tertulia en poco tiempo. Pensamos que un factor indispensable para la elección es que sean portadoras, además, de amplitud de pensamiento. La perla, a mi modo de ver, muestra una gran riqueza conceptual referida a la estructura que moviliza lo humano, poniendo en juego, de forma implícita y metafórica, una formidable y profunda reflexión acerca del campo del lenguaje, y nos ofrece una auténtica lección, dramatizada por parte de las amigas, de lingüística y de lo que supone el hecho de hablar, aunque, por supuesto, puede haber otras vertientes de lectura interesantísimas.

Tan pronto comencé a leer el relato de Mishima, otra lectura se me venía continuamente a la cabeza: La carta robada de Edgar Alan Poe. Ambas poseen, sin lugar a dudas, connotaciones conceptuales y estructurales similares en relación al lenguaje. Hay que empezar diciendo que, si nos ceñimos a la literalidad del argumento, podríamos pensar que el relato de Mishima no pasa de ser un juego más o menos ingenioso. Pero encontramos en él un sentido conceptual importante si relazamos una lectura metafórica. Seguimos, por tanto, en la línea sugerida en la anterior tertulia por Saramago cuando decía que la metáfora es la mejor manera de explicar las cosas. Y considero que La perla es un relato que muestra en acto, dramatiza, el mecanismo estructural de la metáfora, señala el poder de la palabra, la preeminencia del significante sobre el significado, introduciéndonos en la cuestión de la verdad, la interpretación, la repetición, la pérdida del objeto real o la muerte de la cosa, y el determinismo que el lenguaje ejerce sobre los sujetos.

Todos recordaremos el argumento de la carta robada. Un sobre comprometedor para la reina es dejado por ella disimuladamente sobre una mesa en presencia del rey. Su ministro ve la maniobra y se hace con el sobre, adquiriendo de esa manera un gran poder sobre la reina, que queda a  su merced. La policía busca el sobre por los lugres más recónditos en la casa del ministro. Pero por más que la buscan no la encuentran. Finalmente es contratado el detective Dupin, quien metiéndose en el pensamiento del ministro llega a una conclusión tras unas mínimas consideraciones. Se da cuenta de que la mejor manera de esconder un objeto es dejándolo a la vista. De esa manera descubre el sobre y, después de montar una estrategia en la calle para que el ministro se despiste, se hace con el sobre y coloca otro exactamente igual –y esto es lo importante— en su lugar, pero con un contenido distinto, es decir con un significado diferente. El ministro todavía cree que tiene poder sobre la reina cuando, en realidad, su destino es bien funesto. El significante, la carta, es el mismo en todo el recorrido del relato, pero su significado es totalmente diferente y, por tanto, cambiante el lugar de la verdad.

Pues bien, lo que vemos en ambos relatos es un elemento lanzado a la circulación, en un caso una carta, en otro una perla. Pero si nos introducimos en criterios de lenguaje y en una vertiente metafórica de la cuestión, el relato de Mishima nos obliga a  pensar la perla, no como un objeto cualquiera, sino como una palabra, como un significante que circula entre las protagonistas. A fin de cuentas, eso es lo que ocurre siempre que hablamos, el objeto se oculta, se pierde, nos distanciamos de él, y su lugar es tomado por la palabra. De ahí que el acto de tragar la perla, ya sea en la mentira de Azuma como en la realidad final de Yamamoto, resulta harto significativo al poner en juego la desaparición literal del objeto viéndose compelidas las protagonistas a tratar con la palabra. Una buena dramatización del axioma clásico: el significante mata la cosa.  

Insisto, lo primero que muestra este magnífico relato de Mishima es el mecanismo estructural de la metáfora funcionando in situ, es decir, mostrando, con el acto de tragar la perla, la sustitución que siempre tiene lugar en un acto de lenguaje, la sustitución de la cosa por el significante. La acción final de Yamamoto tragando la perla, ya sobrepasada por los acontecimientos, viene a ser el reconocimiento de que esa perla no significa nada como objeto, viene a ser el reconocimiento de que, irremediablemente, está en un juego exclusivo de lenguaje y ha sido tomada por él. El significante se le impone, finalmente, con toda su potencia. La perla, mostrándose, no como objeto sino como huella significante, es el elemento preeminente en el discurso de las amigas en tanto determina la vida de todas en el plano emotivo y sentimental afectando al cuerpo con la angustia, el dolor, el sufrimiento, el desgarro, etc.

Pero son más amplias las consecuencias de esta sustitución. Y es que la pérdida de la cosa y la preeminencia del significante atravesando los discursos de las protagonistas, introduce la ambigüedad y confunde la razón produciendo el malentendido. Son cinco hojas marcadas por una palabra a partir de la cual surge el fingimiento, la impostura, la mentira, tornando imperiosa la necesidad de situar y ubicar la verdad. Llegamos así a otro de los elementos fundamentales del relato de Mishima, la cuestión de verdad.

Acabamos de ver cómo el hecho de lanzar un objeto como una perla a la circulación, implica que ésta no sólo es recogida por el orden de la experiencia empírica, sino también recogida por el orden simbólico. En el orden de la experiencia la cosa parece clara, Sasaki lanza la perla y Yamamoto la introduce en el bolso de la Sra. Matsumura, y ahí debería acabarse todo en relación a la verdad. Pero esa objetividad se diluye absolutamente cuando lo que interviene es el orden simbólico. En ese orden observamos que, automáticamente, el lugar de la verdad queda vacío, y a ese vacío acude una verdad siempre incompleta, incluso mentirosa y, desde luego, una verdad distanciada de toda objetividad.

Esa sería la otra consecuencia que se deriva de la lectura metafórica de La perla, poner en escena un hecho estructural referido al lenguaje, y es que el mismo hecho de hablar, de ser seres de palabra, de ser sujetos del significante, vacía, inexorablemente, el lugar de la verdad, es decir, diluye la posibilidad de confrontarse con una verdad auténtica y objetiva. Por el contrario, las múltiples interpretaciones, la de Azuma, la de Kasuga, la de Matsumura y la de Sasaki, son aportaciones que implican poner en juego una verdad mentirosa, si se puede decir así. A partir de aquí son diversos los registros que se pueden afrontar, todos ellos subsidiarios de la cuestión de la verdad: la interpretación, la repetición, el determinismo y, como ya dije, el distanciamiento o la muerte de la cosa.

Como resumen de lo dicho hasta ahora, y para sintetizar la cuestión, voy a  recoger una frase del Seminario 1 de Jacques Lacan. Dice allí:

La palabra es la que instaura la mentira en la realidad. Precisamente porque introduce lo que no es, puede también introducir lo que es. Antes de la palabra nada es ni no es. Sin duda todo está siempre allí, pero solo con la palabra hay cosas que son –que son verdaderas o falsas, es decir, que son—y cosas que no son. Solo con la dimensión de la palabra se cava el surco de la verdad en lo real. Antes de la palabra no hay verdadero ni falso. Con ella se introduce la verdad y también la mentira y muchos otros registros más” (Lacan 1975: 333)

Es decir, introducir la perla como palabra implica que hay cosas que son, que son verdaderas o falsas, y cosas que no son. La señora Azuma dice que tragó la perla, es decir, introduce lo que es, en este caso lo que es mentira. Pero, a la vez, también introduce una ausencia, también introduce lo que no es, a saber, el vacío en el lugar de la verdad. Desde ese momento la verdad ya no pertenece ni a ella ni a nadie. Es un lugar vacío. Ahí comienza a cavarse el surco de la verdad, en otras palabras, comienza a dilucidarse la cuestión de la verdad. Todos los protagonistas, sin excepción, están implicados en su dilucidación.

Podrimos incluso decir que la verdad no existe, sino que se va construyendo. Aunque Yamamoto, igual que le ocurría al ministro que había robado la carta, pueda creer que maneja la situación, la realidad nos deja ver que Yamamoto es tomada y determinada, así mismo, por el poder de la palabra, por el poder del significante perla, y por la ausencia de la verdad. Yamamoto se ve obligada a aceptar la falta de objeto cuando traga ella misma la perla, se ve obligada a aceptar la pluralidad de los significados y la proliferación de la verdad. La palabra sigue siendo la misma, una perla, pero los significados son diferentes y los sentidos de la verdad cambian igualmente. El desplazamiento del significante determina a los sujetos en sus actos.

Otro hecho estructural ligado a la verdad, a la interpretación y a la repetición. ¿De qué se trata en la interpretación y en la repetición? La perla nos lo muestra con toda claridad. De restituir la verdad, el significado original y el objeto perdido. En efecto, por un lado tenemos la dilucidación de la verdad por parte de todas las amigas, y por otro lo que procuran Azuma y Matsumura al comprar las perlas, restituir el objeto perdido. Pero lo que ocurre es que las interpretaciones son múltiples y los objetos substitutivos son simples remedos del objeto perdido, de la perla perdida. La interpretación y la repetición vienen a mostrarse como cadenas simbólicas que podrían tender al infinito en su intento de restituir la verdad y el objeto perdido sin conseguirlo nunca. ¡Qué resonancias tiene esto con un posible tratamiento de la cuestión del deseo¡ Es evidente que con los objetos de la vida pasa lo mismo que con la perla, y es que los objetos nunca son aquellos que sacian nuestra deseo, son simples remedos.

Por lo tanto, creo que uno de los sentidos de este relato no lo podemos deducir de los hechos lógicos y objetivos, sino desde su sentido estructural, dejándonos llevar por los movimientos de ruptura del sentido, por los cambios que se producen en los significados. Al respeto, el diálogo final de Yamamoto y Matsumura es significativo, es un canon que va subiendo de intensidad  a cada instante, y en donde cada nuevo significado que surge produce un nuevo desgarramiento. El significante la perla vuelve y vuelve a su ser, le retorna cada vez con más fuerza, condenándola a no encontrarse nunca con una verdad.

Podemos concluir que la introducción de la palabra, en este caso la perla, actúa como resorte para la puesta en marcha de toda una cadena simbólica, llena de interpretaciones, significaciones, referencias  la verdad. En esa cadena simbólica, los sujetos se van relevando unos a otros. Pero lo fundamental es que el desplazamiento del significante determina a los sujetos en sus actos. El lenguaje se desprende, en su estructura, y hace que nos desprendamos de la cuestión del origen, de cualquier orden lógico y de cualquier orden de objetividad en relación a la verdad. La palabra, el orden simbólico, provoca siempre un cortocircuito en relación a la verdad y al sentido. Esa sería, al menos, una de las enseñanzas que contiene el relato de Mishima en este relato.


Miguel Alonso

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