lunes, 6 de marzo de 2017

Tertulia 77. La marca en la pared, de Virginia Wolf. Comentario de Rosa López

El gran descubrimiento de Freud es que la realidad objetiva no interesa tanto como la realidad subjetiva, la única que existe para el sujeto de la palabra. Otra manera de decirlo es que la verdad tiene estructura de ficción.   Por eso a la narradora  no le vale la pena levantarse a comprobar qué esa marca en la pared sino que es mucho más tranquilizante  entregarse a la asociación libre: “carbones ardiendo=una fantasía repetitiva que se le impone de manera mecánica desde su infancia y de la que logra zafar con la visión de la marca.
A partir de aquí el relato es el despliegue de las asociaciones que se van tejiendo a propósito de la presencia de la marca en la pared

La asociación libre en torno a los objetos. La narradora se apoya en ese pequeño incidente de la mancha en la pared para internarse en una cadena asociativa pre consciente que se inicia alrededor de ese objeto nuevo y va derivando hacia derroteros que en algunos momentos alcanzan un tono poético, como una suerte de prosa poética o de poesía en prosa. Están los objetos que se dejan para cambiarlos por otros (como hicieron los antiguos propietarios de la casa) están los objetos perdidos misteriosamente que pueden enumerarse y que demuestran “Cuan poco dominio tenemos sobre nuestras posesiones cuan accidental es nuestro vivir”. Esta última asociación la conduce directamente al interrogante sobre el sentido de la vida

Una comparación sobre lo que es la vida

 “En realidad, si se quiere comparar la vida a algo, debe compararse a que la lancen a una por el túnel del metro a cincuenta millas por hora, para acabar en el otro extremo, sin siquiera una horquilla en el pelo.

Me gusta mucho esta metáfora sobre el sin sentido de la vida. Sin sentido del que necesitamos defendernos a través de nuestras creencias (a las que ella llama certezas) y de los objetos de los que nos rodeamos. Pero, a fin de cuentas, la vida es, como dice nuestra narradora: ser lanzada por un túnel a toda velocidad y acabar sin siquiera una horquilla en el pelo, tan desnuda y despojada de objetos como se llega al mundo. Criticamos la relación que tenemos con los objetos, el consumismo o el coleccionismo, pero hay que reconocer que el ser hablante necesita mantener una relación con los objetos más allá de que estrictamente no sean necesarios para su supervivencia. No son los objetos de la necesidad los que cuentas, sino los objetos del deseo. Los objetos nos acompañan durante la vida, son símbolos de momentos o de relaciones o de lugares, de recuerdos, de pruebas de amor. Ser lanzada desnuda a los pies de Dios es el colmo del nuestra condición original de desamparo somos arrojados a un mundo que se mueve a toda velocidad sin orden ni concierto en un devenir de perpetuo destrozo y reparación, todo tan al azar y tan sin sentido

Frente a la rapidez que caracterizan la vida la lentitud de después de la vida, un volver a nacer como el primero día: indefensa, sin habla, sin centrar la vista

Para tranquilizarse, para huir de los hechos la narradora se entrega al goce del fluir de los pensamientos, el deslizamiento de una idea a otra que puede llevar a un tipo como Shakespeare a escribir una noche de verano simplemente estando sentado en un sillón frente a la chimenea y dejándose traspasar por la lluvia de ideas. Pero Shakespeare escribe, a veces, dramas históricos, algo aburrido que no le interesa nada. La historia, ya lo decía Lacan es un intento de dar sentido a lo que no lo tiene.

De Shakespeare pasa a los llamados “pensamientos de prestigio”, los más agradables, y nos pone un ejemplo en el que se alude a la historia (Carlos I) desde lo más alejado de los acontecimientos, de los hechos, desde una flor

“Cuando el espejo se rompe, la imagen desaparece, y la romántica figura, rodeada de un bosque de verdes profundidades, deja de existir, y sólo queda la cáscara de aquella persona que es lo que los demás ven, ¡y cuan sofocante, superficial, pelado y abrupto se vuelve el mundo! Un mundo en el que no se puede vivir”.

Aquí está el meollo dramático de este relato, la narradora parece que ha pasado por la experiencia de una descomposición de la propia imagen, una ruptura del sentimiento de que somos un yo y que el mundo tiene un contorno conocido que lo hace habitable. Cuando el espeso se rompe y la imagen sobre la que sostenemos la realidad desaparece el mundo ya no es habitable y el sujeto tiene un terrible sentimiento de vacío quedando reducido a una cascara hueca. A esto lo llamamos regresión típica al estadio del espejo si se trata de la psicosis y angustia de manera más general. La angustia que se produce cuando la escena del mundo se descompone, ¿Cuál es la función de un buen novelista? revelar, mostrar, sacar a la luz los entresijos de la subjetividad humana y no tanto contar historias basadas en hechos reales (en el doble sentido del término: real y de reyes) que ya tendríamos que dar por sabidos.

De las generalizaciones solo se puede extraer un saber establecido, común, aburrido, acorde a la norma, costumbrista, que nos hacen pasar por equivalente a la verdad, pero que precisamente solo sirve para enmascararla y alejarse de la verdad que importa. La verdad del sujeto, algo que no admite que generalizaciones, que solo puede declinarse en su particularidad, pero que sin embargo nos puede alcanzar e interpelar en lo más íntimo

El escritor deber tirar a la basura las normas patriarcales, los almanaques de las buenas costumbres, los lugares establecidos y hacer surgir ese margen de libertad ilegitima al que alude la autora.
La marca en la pared sirve para poner un punto final a los pensamientos desagradables, para evitar que surja el enfurecimiento o la destrucción de la paz. Es como una tabla de salvación
La presencia del otro, representante de la realidad (la guerra, nada menos) produce una basta conmoción de la materia, todo se desvanece, se cae.

Notas:

-    Por una parte está la rapidez vertiginosa con la que fluye la vida humana y el pensamiento, por otra las imágenes estáticas,  la rigidez, le lentitud de la naturaleza cuya expresión máxima es el caracol
-    La autora hace varias alusiones irónicas al almanaque de Whitaker que es una publicación nacida en el año y que tiene una frecuencia anual, en ella se establece el orden social de la Inglaterra de las tradiciones. El almanaque es una metáfora del orden patriarcal que establece un marco preciso que regula la existencia humana, pero deja fuera del marco algunas cosas: las mujeres, por ejemplo, es una metáfora del patrón masculino. La narradora plantea un cuestionamiento total de este orden y hasta del sentido de la existencia mismo.

Rosa López

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